Seres maravillosos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Francisco Galvis Ramos

Francisco Galvis Ramos

Columna: Contrapunto

e-mail: contrapunto@une.net.co



Hay un artículo de Gilberto Álzate Avendaño que he releído hasta la saciedad titulado "Mis amigos: no hay amigos", cita de aquella frase indignada del maestro Guillermo Valencia, cuya lectura convendría a tanto olvidadizo que deambula sin rumbo por los peladeros terrenales.

Hace Álzate una oronda digresión en torno al poema de Rudyard Kipling denominado "El milésimo hombre", que alude a aquel que no hace de la amistad "comercio de trueque ni objeto de sobornos" y al contrario "desafía tifón y procela, para salvarse o hundirse en la misma azarosa travesía" con el amigo.

De felonías inauditas está repleta la historia de la humanidad, desde el Génesis hasta nuestros días, y constan en las memorias que no sean frágiles las traiciones de usanza entre los mortales, sea que se trate de relaciones personales, de negocios o del acontecer público.

Pero fortunosamente, y en contraste, hay momentos en la vida en que nos es dado reconciliarnos con la especie humana y es cuando damos de frente con seres leales en la extensión total de la palabra, que hacen de la suerte ajena la común suerte, que nos hacen perdurable la esperanza de que el mundo puede cambiar a partir de la regeneración de la calidad de hombres y mujeres, al menos de aquellos que forman el inmediato entorno vital y esto sería suficiente para mudar en parte a la humanidad y hacerla misericordiosa y traslúcida, tal cual lo proyectaron Cristo, Mahoma, Buda, Confucio, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta y todos los grandes que hasta ahora perdieron el tiempo con nosotros.

Siguiendo la idea de Joseph Conrad, también citado por Álzate, este mundo temporal cambiaría para bien si consiguiéramos edificarlo "sobre la idea de la fidelidad", esa virtud fundamental a la vez tan esquiva y cardinal.

Buen es referirnos a la lealtad como a la lealtanza, como se la nombraba en el castellano de antes, para significar que a veces es bueno devolvernos sobre los pasos mal dados para ejercer tan fundamental valor: con el prójimo, con las ideas, con el deber, con la Patria, con la ley, con las instituciones, etc.

Hay que ser fieles hasta con los enemigos, con los contradictores, con los difíciles de tratar, con los maltratadores porque, si nos lo proponemos, de todos estaremos aprendiendo un ápice. Por lo menos a no parecernos a ellos.

Mi experiencia me dice que sí, que también hay amigos y, claro, no muchos. De ahí que resulte menester procurar aumentarlos y conservarlos, hasta que la muerte nos los arranque del lado. Por eso, entre los amigos que tengo, rindo hoy homenaje a Uriel Molina Arias, hombre cabal y honrado, elementalmente grande y denodado en la lealtanza, uno de esos seres maravillosos que la tierra da, que sin inmutarse carga a sus espaldas con penas y alegrías, propias y ajenas.

Tiro al aire: no hay para qué ir hasta el Génesis, capítulo 8 versículo 4, para saber que Caín mató a Abel con la quijada de un burro, siendo tan conocidas las tristes historias de maltratos que se dan todos los días entre hermanos, aún en las mejores familias. Entonces Yavé maldijo a Caín.

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