Ni sombra de La Catedral…

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Escrito por:

María Padilla Berrío

María Padilla Berrío

Columna: Opinión

e-mail: majipabe@hotmail.com

Twitter: @MajiPaBe



Hicieron apenas 23 años, el pasado 24 de Julio, que el país se estremeció al compás de una noticia de impacto mundial: "Escobar se voló". Lo inevitable, en medio de una realidad que se desdibujaba con cada acontecer de aquellos agitados años de principios de los noventa, ratificaba de una vez por todas que, las sospechas y los "rumores", algo de cierto tenían.
"Se voló", la noticia que le dio la vuelta al mundo, parecía sacada de las entrañas de Macondo, pues, a juzgar por la cárcel de "máxima seguridad" en la que estaba "recluido" el hombre más temido de aquel entonces, los que realmente parecía que habían quedado en libertad eran los custodios de Escobar. A diferencia de un preso, Pablo ni siquiera tenía "casa por cárcel", simplemente le había dado al Gobierno el contentillo de, por lo menos, tener una vaga idea de dónde andaba Escobar, que era menos angustiante que no saber de su paradero.
Lo que ocurrió, entre el 19 de Junio de 1991, y el 24 de Julio de 1992, era apenas predecible en aquéllas condiciones. Sin haber sido capturado, Escobar se tomó el tiempo para construir su cárcel, planear su entrega, "negociar su libertad" y, aparte de todo, dar las órdenes de cómo iba a funcionar ese submundo.
Hace unos días visité, en medio de las coincidencias y esas vueltas que da la vida, la famosa catedral, el extravagante lugar que hospedó a Escobar por un año y un mes, desde que se "entregó" al padre García Herreros, el 19 de Junio de 1991, protagonizando la obra que él mismo escribió y dirigió.
Después de recorrer algunos kilómetros a través de una pendiente bastante inclinada, llegamos a un lugar que, luego de contemplar por un momento la "vista" que tiene por delante, termina uno por comprender algunas de las razones por las cuales Escobar escogió aquél lugar.
En un primer momento, y haciéndose una vaga idea de la urbanización de entonces, el lugar se encontraba aislado, lo que representaba una gran fortaleza si se tiene en cuenta que la idea era resguardarse de los enemigos que, para entonces, ya había acumulado por miles. Por otro lado, y ante la imponencia de la ubicación, al echar un vistazo al Valle, termina uno por comprender que era, a todas luces, un lugar desde donde se podía controlar el territorio en pleno.
Pero bueno, palabras más, palabras menos, en medio de todas aquéllas especulaciones, y un sinfín de preguntas sin respuestas, el lugar no era ni la sombra de lo que debió ser. De la opulencia y la extravagancia, la que tantas veces fantaseé con conocer, quedaba un helipuerto que nos sirvió para hacer una actividad y, de paso, almorzar.
En medio de aquél lugar, traté de identificar, desesperadamente, algún lugar de los que había leído y escuchado. La cancha de fútbol en la que jugó el mismo Maradona, que era mi referente por excelencia, no la encontré, en vez de ello me tropecé con un salón que hacía las veces de un auditorio improvisado, con cara de espacio para oficiar misa, lo que no contrasta para nada con el monasterio en el que está convertido el lugar hoy día. Ese lugar, de hecho, está construido sobre lo que en sus días fue la cancha de fútbol.
En medio de aquella exploración, motivada por la curiosidad, descubrí, con cierto desconsuelo, que casi todas esas estructuras, las que hoy encierran un mundo diametralmente opuesto a lo que fue, son totalmente ajenas a las originales, de aquéllas extravagancias no quedaba sino el mito, o más bien, la leyenda.
Y ni hablar del significado y lo que representa, pues, como si fuera poco, en las entrañas de la catedral funciona un ancianato, terminando por encerrar todo un mundo de contrastes en el que los fantasmas, a pesar de seguir vigentes, se diluyen en medio de la cotidianidad.



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