Árboles que danzan

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jean Jiménez Fuentes

Jean Jiménez Fuentes

Columna: Opinión

e-mail: jeancarlosj@gmail.com



Un aspecto que marca una tendencia, en el rumbo que se le imprime a la dinámica del debate internacional, se liga a la necesidad de armonizar el crecimiento económico, la inclusión social y la sostenibilidad ambiental.

Ello precisamente, porque el modelo productivo y de consumo, por su naturaleza entrópica- dependiente, del uso de energía no convencional y la actividad industrial, genera costos ambientales e incidencias lamentables en la oferta limitada de recursos naturales existente, como tierra arable, foresta, agua, capacidad de absorción de gases de la atmósfera y energía, lo que causa desajustes como el cambio climático.

Colombia es uno de los países más vulnerables a este fenómeno en el mundo, pese a que emite solo el 0.35 % de las emisiones globales y Santa Marta, constituye una de las ciudades con más niveles de vulnerabilidad en nuestro país, lo que debe motivar la urgencia de estimular la reflexión y promover un conjunto de estrategias para revisar procesos de adaptación, que tengan como ruta referencial, el imperativo de incentivar procesos de inversión en infraestructura, que se ajusten a los efectos de las nuevas realidades ambientales, fortaleciendo a su vez los planes de expansión urbana en una perspectiva de sostenibilidad, que afiance una dinámica de impulso a la competitividad, mediante la inclusión social y el crecimiento sostenido, edificado en la equidad.

No obstante, la clase dirigente en Santa Marta, ha tenido deficiencias para asumir el desafío que les asiste en ese ámbito y mediante ópticas ancladas en rudimentarias técnicas de corrupción, han sepultado el potencial de la "Bahía más linda de América ", en el atraso y el salvajismo más cruel.

Primero, mediante la imposición de la violencia paramilitar, el despojo, la intimidación y la represión, luego, a través del caudillismo, el engaño, la indiferencia y la compra venta del voto, que involucra a las mayorías.

Así se explica su realidad fiscal, las voraces concesiones, los proyectos de compensación del plan de expansión parcial del puerto y la apertura de parqueaderos de yates como el de La Marina, que evidencian un emporio de vergüenza y mediocridad más bárbara, que genera acumulación en unos pocos y degradación ambiental a las mayorías, incluyendo a los que se lucran.

En ese entorno también se promueve la tala de árboles que ha sacudido algunos sectores de la ciudad, justificados mediante un plan de renovación ambiental y paisajística, orientado simplemente a crear un entorno funcional al criterio subjetivo de unas autoridades ambientales tiranas, profundamente ineficientes y ajenas a la realidad: la tala para responder al afán voraz de unas firmas que obtienen cuantiosas ganancias, en un esquema de desarrollo urbano, donde lo que menos importa es el medio ambiente.

Es preciso indicar, que Santa Marta es una ciudad semidesértica, costera, de clima seco y profundamente vulnerable al cambio climático. Que sus árboles contienen las ráfagas de vientos alicios y mantienen el microclima y la humedad.

Su cobertura vegetal es un recurso de valor esencial, y la tala no se soporta en valoraciones técnicas acertadas, sino que por el contrario se amparan en el afán de favorecer un entorno para un sistema de alumbrado, que le genera lucro a ciertos grupos, en una óptica de desarrollo involutiva, arcaica y cruel.

La alegada compensación, favorece la voracidad de ciertos firmas de diseñadores, que fungen más como promotores de circos tristes, en donde se gana mucho y se invierte poco, sobre el desastre que impacta a una de las ciudades más corruptas de la historia de la humanidad, lo que no es risible, sino trágico.