El mal ejemplo de Sudán

Editorial
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Los líderes sudaneses terminaron por arreglar sus cuentas llevando la polarización causada por sus diferencias al punto de no retorno de la violencia. Esto a costa de la paz que decían defender y del sacrificio de todo el país.

Una vez más, un pueblo inerme, no avezado en cuestiones políticas, y poco enterado de detalles en cuanto a las urgencias de poder de quienes se disputan el control del estado, resultó atrapado en medio de los tiros que sus dirigentes resolvieron utilizar para dirimir sus diferencias. Intento siempre infortunado de solución, en lugar de apelar a la palabra, la razón, el juego democrático abierto y argumentos válidos para que las decisiones sobre el destino de un país se tomen dentro de un estado de derecho.

Ubicado en un lugar de amplia relevancia estratégica, con costa sobre el Mar Rojo, a la vuelta del Canal de Suez y del Golfo Pérsico, y con su capital construida en el justo sitio donde se unen el Nilo Azul, que viene de Etiopía, y el Blanco, que sale del Lago Victoria, para formar el gigante Nilo de las grandes historias, todo lo que suceda en Sudán reviste importancia más allá de sus fronteras, pues además se trata de uno de los países más grandes de África. No solamente las potencias mundiales y regionales tienen la mirada puesta en el país, sino que ellas, y los tradicionales impulsores del negocio de la guerra, toman partido o aprovechan ocasiones como la presente para contribuir sin reatos a la confrontación armada como medio “imitable” de manejo de conflictos políticos internos.

El drama sudanés no es reciente. Para no remontarse a épocas antiguas, sólo en el año 53 del siglo pasado, favorecido por la revuelta egipcia contra los poderes europeos, Sudán surgió como estado independiente. Hasta entonces había estado bajo el ”condominio” que en su territorio ejercían británicos y egipcios, estos últimos nominalmente. De ahí en adelante, y con la separación de Sudán del Sur, que pasó a ser independiente, no ha cesado en la división entre quienes buscan adoptar la forma de un verdadero estado de derecho, y quienes prefieren usar las armas al servicio de sus pretensiones políticas.

Los rivales de hoy en algún momento se aliaron para dar al traste con la dictadura islamista de Omar al-Bashir, en 2019. Entonces trataron de hacer andar el país con apoyo popular y la promesa de desembocar en un sistema democrático, hasta que uno de ellos, Abdel Fattah al-Burhan, resolvió disolver a las malas el “Consejo de Transición”, en 2021, para quedarse con el poder, a la cabeza de las Fuerzas Armadas de Sudán, con lo cual desterró de un tajo las posibilidades de avance democrático.

El otro contendiente, Muhammad Hamdan Dagalo, quien se hace llamar Hemedti, formó parte del mismo “Consejo” y lidera las “Fuerzas de Apoyo Rápido”, una milicia devenida en fuerza paramilitar, creada en su momento por al-Bashir, ahora con fuerte raigambre en la región de Darfur, financiada por el poder económico de su líder y el control de minas de oro y la mayor refinería de petróleo del país, entre otras sólidas fuentes de sostenimiento.

Las cosas en Sudán pueden llegar a tomar un rumbo marcado por la extensión de la sombra del modelo destructivo del conflicto de Ucrania, más allá del Mar Rojo.

Todo depende de la forma como reaccionen particularmente los países limítrofes y en particular poderes como el propio Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Sin que se descuente el interés de los Estados Unidos por ejercer otra vez como potencia tutelar y el de Rusia de sostener un régimen autoritario en Jartum con el que pueda pactar el establecimiento de una base sobre el Mar Rojo.

Cualquiera que sea el epílogo de la confrontación actual en Sudán, que aún no se vislumbra, van quedando lecciones, particularmente sobre las implicaciones de abandonar la opción de la competencia democrática abierta, con la concurrencia de varios poderes y protagonistas elegidos, tanto en el ejecutivo como en el legislativo, sin que nadie pretenda tener la exclusividad del apoyo popular y se crea con derecho a hacer lo que desee, por encima de los otros poderes.

La modalidad de trámite de la disputa por el poder en Sudán viene a refrendar lo que en una época se vino a llamar el “modelo africano” de competencia por imponer la voluntad de uno u otro caudillo. Como si quisieran devolver a la fuerza el reloj de la historia. Así, al reemplazar con la violencia la lucha por la obtención y consolidación de instituciones democráticas, no solamente dañan la vida de millones de inocentes, sino que se aumenta el riesgo de afectar la vida de otros estados del continente, y más allá, donde quiera que la megalomanía de los jefes, envalentonados en con la opción de contar con una fuerza armada, hagan uso de ella con motivaciones políticas.

Con algo lo mismo de lamentable, también bajo el primitivo modelo africano, como la perspectiva del ejercicio del poder en favor exclusivo y excluyente de los amigos del gobernante, cuya responsabilidad verdaderamente democrática debe ser la de gobernar para todos.



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