El mérito del mérito

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



El estilo del presidente Juan Manuel Santos contrasta notablemente con el de su antecesor. Una de las diferencias que más le ha gustado a los colombianos, incluso a aquellos que no votaron por Santos, es la llegada de la llamada meritocracia al poder.

Gracias al cambio de mando, Colombia está viviendo una transición del nepotismo y el clientelismo -que fue la impronta del gobierno anterior- a los títulos universitarios y a la idoneidad profesional y personal. El presidente Santos se ha rodeado de un equipo altamente capacitado para gobernar, y por encima de todo, para gobernar bien.

Creo que no estaría muy lejos de la realidad el afirmar que a casi nadie le molesta que nos gobiernen aquellos que son considerados los más capaces para hacerlo. De hecho, la mayoría de las personas acepta sin mayores objeciones, que la meritocracia es el sistema más justo para acceder a posiciones de poder o de alta consideración social. Sin embargo, atrevámonos a hacer una aproximación al tema de la meritocracia desde una perspectiva de justicia social, y a someterla a la prueba ácida para ver si realmente el mérito tiene mérito.

Comienzo por reconocer, que a todos nos gusta pensar de nosotros mismos, que todos nuestros grandes logros han sido producto de méritos propios. Y generalmente entendemos por mérito, inteligencia, capacidad de trabajo, disciplina, empuje, visión y algunas otras virtudes que damos por seguro nos adornan. Por contraposición, decimos que los que no han llegado a ningún lado o logrado nada en esta vida, es porque son "brutos", flojos, indisciplinados, sin verraquera y una amalgama de vicios, es decir, no tienen mérito alguno.

En conclusión, el mérito "propio" sirve de criterio inapelable para entender y justificar las diferencias socioeconómicas y el acceso a cargos de importancia. Yo "merezco" todo lo que tengo y todo lo que he ganado, por todos mis esfuerzos y sacrificios. El otro "no merece".

Miremos si las personas en realidad tienen mérito propio, o simplemente el mérito no es muy distinto a ganarse la lotería; es decir, la justicia que creemos implícita en el sistema meritocratico es solo aparente. No tenemos nada de qué dárnosla. El silogismo que surgiría sería el siguiente: "Si mi mérito es producto del azar y no de nada que yo haya hecho, entonces el mérito no tiene ningún mérito y por tanto lo que he obtenido ha sido gratuito".

Esto no es un asunto de poca monta, ya que en nuestra sociedad colombiana, clasista, los grupos dominantes y los grupos de poder, pretenden hacer valer sus abolengos comprados u otros criterios de presunta legitimad para justificar su posición y perpetuarse en ella.

De lo expuesto hasta el momento, es fácil inferir que la meritocracia en el sentido en que la estoy usando, es mucho más amplia que la tecnocracia del presidente Santos, que es como normalmente se entiende. Normalmente se usan los términos meritocracia y tecnocracia como términos intercambiables, pero en realidad el término meritocracia es mucho más amplio y tiene importantes connotaciones socioeconómicas.

Para tomar un ejemplo muy concreto, preguntémonos si realmente Juan Manuel Santos tiene méritos "propios" para haber llegado donde llegó. Yo pienso que no. Para llegar donde llegó, se necesitan unas condiciones de inteligencia y personalidad que son producto de haberse ganado varias loterías. Para comenzar, se ganó la genética. Además, de la lotería genética, se ganó la lotería socioeconómica, es decir, nació en el seno de una familia poderosa.

Como consecuencia de pertenecer a una familia poderosa, Santos tuvo acceso a todas las oportunidades que ofrece el poder, inalcanzables para la mayoría. Gracias a esto aprendió otro idioma y pudo ir a las mejores universidades del mundo y rodearse bien socialmente. Juan Manuel no tiene mérito alguno por sí mismo. Simplemente se ganó la lotería. Y tal como sucede en la lotería, unos se ganan el premio mayor, otros un seco y otros no se ganan nada. Hay loterías de loterías.

Incluso aquellas historias de Cinderellas, de grandes triunfadores empresariales, deportistas, artistas y reinas de belleza, entre muchos otros, que como se dice coloquialmente surgieron de la nada, y que aparentemente vencieron las leyes de la gravedad e impermeabilidad social, se ganaron la lotería.

Por ejemplo, ¿qué mérito tiene el que una mujer sea bonita o el ser un superdotado para los deportes? En estos casos, lo que sucede es que a pesar de no haberse ganado la lotería socioeconómica, se sacaron el premio mayor genético. Aquí tampoco hay mérito propio.

Siendo consecuentes con este análisis, la reflexión debe llevarnos mucho más lejos y debe llevarnos a preguntar cuáles son las implicaciones sociales de entender que el mérito no tiene mérito alguno. Para comenzar, sería bueno que para aquellos que se ganaron la lotería genética pero no la socioeconómica, el sistema les proporcione los medios para compensar esta falencia. Por ejemplo, que un niño muy inteligente y sin recursos económicos sea becado en el mejor colegio del país y en la mejor universidad del país.

De hecho que el Estado le garantice la posibilidad económica de entrar a programas de su escogencia en las mejores universidades del mundo. O por ejemplo, que haya un rasero diferencial por parte de las mejores universidades con respecto a las pruebas del Icfes. Si eres del Chocó el puntaje para ser aceptado -por decir algo en Los Andes- debe ser menor al de un estudiante de Bogotá egresado de los mejores colegios capitalinos, y así sucesivamente.

Realmente, para que el sistema meritocrático tenga verdadera validez social, las oportunidades tienen que estar al alcance de la mayoría, de lo contrario, la meritocracia es injusta y tiende a que una elite y sus descendientes se enquisten en el poder y sean mayormente los dueños de las mejores oportunidades. Bajo este sistema excluyente, no hay certeza de que los "mejores" sean realmente los mejores. No se compite en franca lid con muchos para acceder a las oportunidades sino que se gana por falta de competencia y acaparamiento de las oportunidades.

O sea, no se gana por ser el mejor entre muchos que compitieron sino por ser el único que pudo competir. Valga la pena anotar, que al que está en desventaja hay que darle ventaja para nivelar la competencia y competir en igualdad de condiciones.