"La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad" (Epicteto de Frigia, Filósofo grecolatino).
Si embargo, es menester retroceder un poco a épocas recientes cuando el país se vio obligado a aceptar y encubrir la reelección de alguien que se acomodó de tal manera que hizo creer a todos que sin él el país colapsaría y sería la hecatombe, al punto que todos, sin excepción, se prestaron para cohonestar con una aberrante posición de encumbramiento político sobre la cual la democracia, débil y cleptócrata, fue convertida en una colcha de retazos y la constitución, -nueva y sin desprenderse del cordón umbilical político-, fue despedazada a tal punto que a nadie pareció dolerle esa torcida de pescuezo y como borregos medrosos alcahuetearon esa situación que sólo sirvió para que unos creyeran que la patria era su gallinero y nadie podía atreverse a contrariarlos, por cuanto eso sería una actitud sacrílega que sería castigada por la justicia divina, entendiendo por divina a toda esa caterva de rufianes de cuello blanco y corbata que, cual corsario del Medioevo, saquearon las arcas del erario y repartieron el botín entre su cofradía y hoy, cuando se conocen sus porquerías, recurren y apelan a cuanta vagabundería pueden hallar para explicar y justificar lo injustificable y, como en el cuento de la zorra, como no están verdes, sencillamente catapultan esas verdades a baladíes mentiras que el tiempo se ha ido encargando de enrostrar, dejándolos como vulgares sabandijas mentirosas.
Al unísono se observa que el pueblo no sigue tragando entero y sin masticar, aunque infortunadamente continúan apareciendo y existiendo los ventrílocuos de los medios de comunicación que siguen haciéndoles el juego como idiotas útiles y se vanaglorian de hacerlo aparecer como algo novedoso y tecnológico y sencillamente están ayudando a degradar cada vez más el mancillar una dignidad presidencial que ha sido vapuleada y pisoteada por parte de quien al ostentarla pareciera querer mostrar que para él no hay nada que se lo impida y se despacha a cada rato contra quien rige los destinos de la patria, el mismo que pareciera, -al igual que él-, también tener una encrucijada en el alma que le impide tener los pantalones bien amarrados y decir de una vez por todas si quiere o no postularse a la reelección y, deshojando la margarita, juega al imberbe e ingenuo político, ignorando que esa dualista o ambigua posición le hace bastante daño a la posición y desde allí repican quienes hoy desde la otra orilla y rumiando la orfandad del poder, critican todo y mostrándose no como la oposición sino como el envidioso vulgar e inculto que quisiera arrebatarle al otro lo que él tuvo en el pasado y siente que le hace falta para seguir haciendo todas esas porquerías que todo el país conoce y tiene presente.
Pero bueno, demostrado está que las dignidades no se buscan sino que se merecen y algunos, -poquísimos-, en medio de sus tribulaciones infantiles piensan que con su actitud pendenciara y buscapleitos podrán recomponer el camino y volver a reclutar a quienes los lleven de nuevo al poder y con el paso del tiempo, ese inexorable e implacable juez, se irán dando cuenta que de entre ellos, esos que dicen querer al país, no sale un demócrata y sencillamente buscan acomodarse nuevamente para seguir desangrando al país con la vida que han llevado y disfrutado.
La lógica dice que la dignidad en el cargo no puede reportarle la misma calidad a quien lo ejerza sino, por el contrario, es el hombre quien debe darle dignidad al cargo, por muy humilde que sea, y ojalá todos los políticos, gobernantes y opositores, entiendan de una vez por todas que una democracia se cimenta no en la cantidad de votos con los que se gana sino en el respeto y tolerancia hacia nuestros contrincantes, por cuanto se puede estar de acuerdo o no con el opositor, pero debe propenderse porque este, el opositor o contrario, tenga derecho a plantear sus inquietudes a favor del pueblo y no buscando sus beneficios burocráticos.