Prohíbase y cúmplase

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Escrito por:

Juan Echeverry Nicolella

Juan Echeverry Nicolella

Columna: Purgatorio

e-mail: juanecheverry@hotmail.com

Twitter: @JPEcheverry



El clientelismo siempre latente en la clase política colombiana es la causa de que hoy quienes gobiernan nuestras ciudades sean incapaces de establecer políticas públicas serias y pensadas a largo plazo que solucionen verdaderos problemas.

Los dirigentes tienen que entregar resultados a corto plazo no sólo por el agobiante desastre social en que vivimos. También porque hay que "agradecerle" el votico a quienes los ayudaron electoralmente, de lo contrario no lo seguirán haciendo. Y nada más hay cuatro años de gestión para satisfacer esa clientela. Es la dinámica cultural perversa que lleva a Alcaldes y Gobernadores a gastarse los recursos de todos en proyectos frecuentemente irrelevantes.

Ahí radica la importancia de la participación ciudadana en los asuntos públicos: "El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan", decía el historiador británico Arnold Toynbee.

Mientras tanto la dirigencia incompetente prefiere prohibir todo lo que no es capaz de administrar correctamente.

No pueden sostener la seguridad ciudadana, entonces imponen toques de queda, ordenan el cierre de establecimientos e impiden la circulación de las motos. ¿Imaginan que en New York lo mandaran a uno para la casa a las tres de la mañana?. Pues no, una persona debe poder salir a la hora que lo necesite, ir a comer o a tomarse un trago cuando quiera y usar su vehículo sin que el Estado lo acuse permanentemente por el simple hecho de ser libre. Eso también genera empleo, comercio y desarrollo. Mientras la libertad de unos no limite la de otros, debe ser permitida y promocionada.

Como les quedó grande organizar la movilidad en las calles prefieren restringirla. Se ha hecho famosa en varias ciudades la medida del pico y placa. Pero el error no es de una población que crece desmesuradamente. Es de las administraciones que no han sido capaces de prever lo que cualquiera sabía que sucedería. No construyeron más vías en su debido momento por estar enfrascados en el maldito clientelismo y hoy se ven obligados nuevamente a prohibir.

Impedir, vetar, privar, negar, excluir, restringir, suprimir, anular, paralizar, reprimir, perturbar, limitar… ¡Qué gallardía!, ¡qué inteligencia la de quienes nos gobiernan! Y lo peor es que no se dan cuenta de que sólo atacan las consecuencias y no las causas de los problemas. Es como si un médico momentáneamente le quitara el dolor a un paciente que se parte el brazo pero no le corrige la fractura.

Una solución tibia que inventaron los politólogos con el objetivo de frenar el proceso clientelista se denomina voto programático. En Colombia está ordenado desde la Constitución del 91 y reglamentado por la ley. Consiste en obligar a los gobernantes a cumplir sus propuestas de campaña convirtiéndolas en parte del Plan de Desarrollo.

Sin embargo, la medida no ha logrado cambiar los hábitos perniciosos y pre modernos de nuestra cultura política gracias a que caemos en un frecuente error: creer que podemos mejorar el país por medio de la ley. No son las leyes las que crean o modifican nuestras costumbres sino todo lo contrario.

Es necesaria entonces una política pública de cultura ciudadana sostenible y consiente de las profundas falencias del país. Una alejada de esa generación política de mis padres que no lo ha hecho nada bien.



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