Una mirada al pasado para soñar e idealizar un mejor futuro

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Noriega

José Noriega

Columna: Opinión

e-mail: jmartinnoriega@hotmail.com



"Guarda algún recuerdo de tu pasado; de lo contrario… ¿Cómo comprobarás que no fue un sueño?"

(Antonio Machado, poeta español)

Un día como hoy, cuando la tierra se vanagloria con su onomástico y el regocijo corre por cuenta de sus hijos, es imperativo hacer un alto en el camino, mirar un poco atrás y escarbar en el baúl de los recuerdos cómo sería la vida del ayer en el hoy, dando paso a las cuitas y los recuerdos de infancia y adolescencia, y siempre será de obligatorio cumplimiento avizorar en medio de las vivencias las posibilidades y querencias que anhelamos para nosotros y para los nuestros, sin perder de vista que los nuestros son todos aquellos que conviven en el cofre de los recuerdos y hacen parte del abanico de nuestras ilusiones.

La primera mitad de los años setenta trajo inmersa la satisfacción de que la amada tierra cumplía cuatrocientos cincuenta años, siendo la segunda ciudad fundada en tierra firme en el continente americano, después de Santa María la antigua del Darién, y esa fecha generaba una cantidad de expectativas en sus habitantes quienes veían, por fin, que con ese cumpleaños se satisfarían muchas de las necesidades e ilusiones padecidas y el alto centralista gobierno echaría una miradita a nuestro terruño para devolverle con creces muchas inequidades sociales que le había esquilmado.

Ah! tiempos aquellos en los que la brisa, estrepitosa y fresca, acariciaba los rostros de los habitantes y los salpicaba de arenilla, esa misma brisa que nunca ha de faltar y que se ha convertido en una inequívoca huella para distinguirnos de los demás paisanos del Caribe colombiano y que siempre hará parte de nuestros recuerdos y de la proyección de nuestras ilusiones y al igual será nuestra inseparable compañía, por cuanto su trepidar nace de ese encuentro furtivo y amoroso entre la calidez del mar y el donaire y la frescura de la Sierra, logrando un contraste que atempera los sentimientos y alborota el cariño por una tierra que es bendecida por Dios y de la cual sus hijos nos sentimos henchidos y orgullosos de haber sido paridos por ella.

En esos tiempos, la ciudad todavía fluía con la parsimonia propia de los pueblos grandes que, aunque parezca absurdo, se resisten al desarrollo y al progreso industrial y sencillamente se limitaba a ofrecerle a sus nativos y visitantes las bondades sociales y culturales propias de la región y esa misma situación hoy debemos aceptar que no ha cambiado mucho, sobre todo cuando hacemos remembranzas y recordamos que la ciudad daba muestras de una majestuosidad pictórica que enloquecía a cualquiera por su hermosura intertropical porque sentíamos que todo parecía primavera y que ese cuadro mágico terrenal solamente nos engrandecía y llenaba de ilusiones los corazones ávidos de vivencias para seguir construyendo una Patria preñada de bondades y bellezas, con gente única y despilfarradora de felicidad.

En aquellos tiempos cómo era de hermoso ir a bañarse al río Manzanares en su serpenteante paso por el barrio Perehüetano, al igual que a su paso por la fábrica de cervezas, en donde era cotidiano ir en plan de paseo deportivo y después del descriptivo y fragoroso juego era menester zambullirse en sus aguas un rato, mientras el hervor de la olla, al calor de la leña, emitía el aroma del sancocho en su máximo esplendor.

Que épocas aquellas cuando íbamos a manguear en los terrenos del Polideportivo, y muchas veces debíamos salir corriendo ante el estrepitoso sonido de los perdigones brotados de la boca llameante de una escopeta disparada por los celadores de la época para así espantar a quienes, -muchachos, al fin y al cabo-, transgredíamos las cercas de púas y cogíamos mangos: lo mismo hacíamos en los terrenos en donde hoy se urbanizan los barrios Santa Catalina y Los Naranjos, tierras fértiles y prodigiosas en las cuales hasta las piedras retoñaban.

Soy también, como muchos de ustedes, hincha del Ciclón Bananero, -que para mí es una forma de vida-, y he padecido y sufrido con estoicismo los momentos tortuosos y displicentes de los últimos años, pero llevo en mi corazón y en mi sangre la indomable ilusión de que las cosas cambiarán en cuestión de meses y podremos saborear de nuevo la grandeza y pujanza de nuestro deporte insigne y mostrarle al país que solamente hemos tenido un tropezón y volveremos a encumbrarnos en el curubito de los protagonistas de la actividad balompédica nacional, porque el fútbol coloreado de azul y rojo siempre será insignia de nuestra tierra.

Cuando el pasado ha sido visto y vivido con intensidad y pulcritud y servido para estructurar vivencias, debe también servir para planear y proyectar un futuro más exitoso, placentero y fructífero, razón por la cual y desde mi humilde y modesta percepción, concibo que ha llegado la hora de la compensación y que todos los hijos de nuestra ciudad aportemos con grandeza y sin mezquindad todo cuánto seamos capaces de dar para emprender la gesta emancipadora del centralismo; consolidar la tierra para que nuestros hijos la disfruten y la degusten y pongamos un granito de arena para edificar la pirámide de nuestras vidas, de nuestra ciudad, la hidalga, acogedora y hospitalaria ciudad de Bastidas, un remanso de paz y frondosa prosperidad ubicada a orillas de la montaña más alta del mundo situada a nivel del mar: Feliz cumpleaños Santa Marta, que Dios y tu tocaya, la patrona de los casos difíciles, te premien siempre, por siempre y para siempre.