La impunidad es el costo de la libertad

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com

No fue sorpresa para nadie el fraude electoral en Venezuela.  Era un fraude cantado, así como lo fue el de las pasadas elecciones.  Ninguna persona respetable cree que Venezuela es una democracia.  Lo diferente en esta ocasión fue el cambio de contexto, y además como ya se tenía conocimiento del modus operandi, la oposición se preparó para demostrar el triunfo de González. 

Los gobiernos del mundo han respondido según sus intereses.  Los regímenes autoritarios y dictatoriales dando apoyo a Maduro, y las democracias del mundo denunciando el fraude y pidiendo reconocer la voluntad del pueblo venezolano, e iniciar la transición de poder. 

El caso colombiano es muy interesante.  La vez anterior, la posición adoptada por Duque y su idea del cerco diplomático llevaron a una situación inocua en la que Guaidó fue un presidente de mentirillas.  La inexperiencia de Duque, exacerbada por fundamentalismo ideológico, lo llevó a errar en el manejo de la crisis, olvidándose de que los países solo tienen intereses y que por tanto, las actuaciones deben ser pragmáticas y orientadas a resultados concretos.

Por ejemplo, sé de buena fuente que cuando los Estados Unidos invadieron Iraq, muy a pesar de que Uribe quería rechazarla, entendió sabiamente que los intereses del país exigían apoyarla.  Algo similar sucede hoy con Petro, quien a pesar de querer respaldar a su socio y amigo, las circunstancias no se lo permiten.  No solo el fraude fue evidente sino también reconocido por organizaciones que tienen total credibilidad como el Centro Carter.  Dicho sea de paso, fue el mismo instinto inicial de Lula y AMLO.  Desafortunadamente, Boric les cerró el paso a los Tres Mosqueteros al desconocer los resultados.  La MOE declaró a González ganador. Los Tres Mosqueteros se vieron obligados a tomar posiciones formalmente equilibradas. 

Los Estados Unidos inicialmente reconocieron la victoria de González, pero como sucede algunas veces con Biden-Harris, recularon.   Esto debe leerse como una retirada estratégica que permite que los Tres Mosqueteros negocien la salida de Maduro y sus camarillas, que es lo único que puede negociarse.  La voluntad del pueblo expresada claramente es innegociable; no se necesita una nueva elección.  La idea es evitar un Guaidó 2.0 y de paso un baño de sangre, que Maduro prometió y ha estado cumpliendo.  Lo que hoy se negocia es la impunidad total de Maduro y sus esbirros.

Por su parte, Maduro sabe bien que otro mandato es inviable.  Para ser una persona ignorante y poco astuta, entiende que ésta es su mejor mano.  Estratégicamente es un posicionamiento óptimo y además ya le ha medido antes el aceite a Biden-Harris en la negociación que terminó con la liberación de Alex Saab.  La posibilidad de que Trump gane la presidencia o de que el control del senado vuelva a manos Republicanas juega en su contra.  Con toda seguridad Maduro prefiere negociar con Biden o con Harris, si ésta llegara a ganar la elección.  Como no es claro quién ganará, a Maduro le quedan tres meses de gracia antes de que se aclare el panorama geopolítico. 

Debo reconocer que el manejo que Petro le ha dado a la crisis, aunque sea por motivaciones que le producen asco visceral, ha sido infinitamente superior al que Duque le dio en su momento.  La gestión de Petro debe ser juzgada, más allá de la ambigüedad, por los resultados; es decir, la salida de Maduro y el respeto a la voluntad verdadera del pueblo venezolano expresada en las urnas. Lula tiene un mejor entendimiento de la situación por estar menos comprometido personal e ideológicamente con Maduro y porque Brasil no tiene grande exposición de riesgo más allá de la crisis migratoria.  Lula será clave para asegurar que Petro no se salga del guacal.  La saga continúa.