Lo peor es que no pasa nada

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Escrito por:

Rafael Nieto Loaiza

Rafael Nieto Loaiza

Columna: Opinión

e-mail: rafaelnietoloaiza@yahoo.com

Twitter: @RafaNietoLoaiza


Vale la pena reflexionar por qué en Colombia no pasa nada. Me explico: en pocos países ocurren tantas cosas como en el nuestro. Pero a pesar de los hechos, que en otro país darían lugar a reclamos, manifestaciones públicas y protestas permanentes, a críticas y agudos reproches de analistas y medios de comunicación, y a procesos judiciales y políticos que traerían como consecuencia la cárcel de los responsables y la salida del Presidente, acá, repito, nada sucede.

Porque lo que entre nosotros ocurre no es normal, aunque ya sea ordinario. El secuestro crece un 77%, la extorsión 15%, el homicidio 5,4%, los atentados contra oleoductos 56% y las confrontaciones entre grupos violentos 85%, todo mientras que ya no se hace erradicación de cultivos ilícitos y cerraremos el año con cultivos de coca y producción de cocaína que serán, con absoluta certeza, mucho mayores que los del 2023. Mientras tanto, la mitad del país está en manos de los violentos. En algo más de un año de gobierno, en materia de seguridad estamos retrocediendo más de veinte años. En paralelo, la Fuerza Pública está paralizada y con la moral por los suelos, mientras que el gobierno, con la excusa de la paz total, volvió corriente negociar con los mafiosos. Todo ello mientras que, para peor, hay indicios graves, confirmados por el hermano del Presidente, de que se ganó la presidencia por el apoyo, pactado en prisión, de los grupos violentos.

Tampoco es usual la caída vertical de la economía, ni pasar de ser el país de la OCDE que más crecía en 2022, después de la pandemia, a estar ahora al borde de la recesión, que tengamos la cuarta inflación más alta del Continente (después de Argentina, Venezuela y Cuba), que la inversión esté cayendo el 11% (III trimestre) y, finalmente, el desempleo esté aumentando 0,5% en lo que va del año. Y la culpa es, en buena medida, del gobierno, que siembra incertidumbre con sus declaraciones y sus propuestas de reforma, dinamitando la confianza indispensable para el buen desempeño de la economía. Todo ello mientras que decenas de billones de pesos pasan de manos privadas y productivas a las de un estado derrochador y corrupto. El presupuesto del Estado, 502,6 billones para 2024, ha crecido 152,6 billones nominales, un 43,5%, en apenas dos años. Mucha más plata dilapidada en funcionamiento (310 billones de pesos, el 18,3% del PIB), burocracia y subsidios, en lugar de estar contribuyendo al crecimiento, la productividad y la generación de empleo.

Y no es corriente vivir en medio de escándalos, uno detrás de otro, de la mano del primogénito, el hermano, la esposa, la mano derecha y el consejero político por excelencia del Presidente, que sepamos que se violaron todas las reglas de financiación de campañas y los topes de gastos, que no se reportaron aportes de narcotraficantes y de contratistas y que esos contratistas son privilegiados por el gobierno. Ni que en lugar de apartar a los salpicados los proteja con nuevos nombramientos en el gobierno o que, en un clarísimo acto de provocación, los condecore, ni que ataque a la Fiscalía por hacer su trabajo y a los medios de comunicación por informar sobre ellos, ni que se excluya a más de la mitad de los nuevos gobernadores porque no son de la cuerda gubernamental en lugar de gobernar para todos, ni que el jefe de Estado se desaparezca días enteros, incumpla todas las semanas su agenda y las excusas sean francamente ridículas. Y que a estas alturas, con los enormes y cada vez más complejos problemas que tenemos, el presidente sea el más viajero de la historia.

En fin, un gobierno pendenciero, que lo hace mal cuando habla, cuando actúa y cuando deja de hacer y que no es capaz ni de ejecutar el gigantesco presupuesto que tiene mientras que anuncia nuevas tributarias.

Nada de eso es normal. Todo es inusual, singular, extraño, insólito, excepcional. Y debería generar una enorme reacción ciudadana e institucional para ponerle freno, para corregir, para volver a los caminos del estado de derecho, del imperio de la ley, de la institucionalidad democrática. Pero no, no pasa nada. Y de todo lo malo que nos ocurre, eso es, de lejos, lo peor.


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