Historias de dolor

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com

Imaginarnos cómo podían nuestros antepasados entender y tratar el dolor causa escalofríos en esta época, cuando se han podido dilucidar mecanismos, vías de conducción, control y la manera de evadirlo, incluyendo el dolor espiritual. Las civilizaciones más antiguas, aparte de las causas evidentes (heridas o fracturas) atribuían el dolor a espíritus malignos, hechizos, pérdida del alma, pecados o posesiones demoníacas. Las protecciones consistían en tatuajes o amuletos encargados de ahuyentar los males causantes del dolor. En la Mesopotamia, este provenía de castigos divinos; las punzadas localizadas se debían a demonios que estaban devorando esa parte del cuerpo. Para los antiguos egipcios, se ocasionaba por la entrada de los espíritus de la muerte, que eran expulsados a través del vómito, la orina, los estornudos o el sudor. En la medicina tradicional hindú, los pecados cometidos en el pasado causan dolor en el presente. En la cultura china, el desequilibrio del ying y el yang produce dolor, y se trata con acupuntura y moxibustión con hojas de artemisa.

Alcmeón de Crotona postuló por primera vez que es el cerebro y no el corazón, como se creía, el centro de las sensaciones y de la razón. Galeno de Pérgamo postuló tres tipos de nervios, uno de ellos relacionado con el dolor; afirmaba que era una sensación molesta captada por todos los sentidos (en especial, el tacto) cuya finalidad es advertir de algo, útil también como herramienta de diagnóstico. La influencia cristiana en la Edad Media asoció el dolor al pecado, y las plegarias sacerdotales debían sanarlo; cuando el enfermo requería algún analgésico, se consideraba una huida indigna ante el dolor que redimía al hombre. El opio era una planta diabólica. La esponja somnífera (una mezcla de opio, beleño, mandrágora y otras sustancias que embebían una esponja marina) se usaba para aliviar dolores intensos y anestesiar a los pacientes; en ocasiones, el sueño era eterno. Leonardo Da Vinci se apuntó a las teorías de Galeno, involucrando a la médula espinal en la transmisión del dolor. René Descartes, en su Tratado del hombre, explica que el dolor depende de una lesión, que su intensidad es proporcional a la magnitud de ella, y que la glándula pineal está involucrada; la función del dolor es advertir que algo anda mal.

En el siglo XIX, la fisiología experimental dilucida muchas funciones orgánicas, entre ellas el dolor. Aparecen la anestesia y los analgésicos derivados del opio, especialmente morfina y codeína. Se aísla la salicina que, en el siglo XX, adquiere la forma de aspirina, a la que siguen otros analgésicos como el paracetamol y los antiinflamatorios; todos ellos, analgésicos seguros, eficaces, baratos y de uso fácil. Edgar Douglas Adrian y Charles Scott Sherrington compartieron el Nobel de Medicina en 1932 por sus trabajos sobre la función de las neuronas; el dolor, más que un acto reflejo, es un mecanismo que involucra todo el sistema nervioso. Encontraron, además que algunos pacientes con lesiones severas no manifiestan dolor; otros enfermos manifiestan dolor sin lesión aparente. Para 1965, la revista Science publica un trabajo del psicólogo Ronald Melzack y el neurocientífico Patrick Wall, artífices de la “teoría de la compuerta”, según la cual en el sistema nervioso que hay puertas se cierran y abren, dejando fluir el dolor desde y hacia el cerebro. Observan que los aspectos psicológicos influyen en la percepción del dolor.

A finales del siglo pasado, el control del dolor postoperatorio era precario; se formulaba algún analgésico o cualquier antiinflamatorio después de cirugías mayores, que casi nunca producía alivio. Empiezan trabajos utilizando opiáceos, otros analgésicos y diversas combinaciones por distintas vías (intravenosa, intramuscular, epidural, subcutánea, etc.) con buenos resultados, pero también con efectos secundarios y complicaciones importantes; incluso, depresiones respiratorias severas que abrían otras puertas: las de las adicciones severas y las del más allá. Morfina, meperidina, metadona, hidromorfona, oxicodona, oximorfona o tramadol, bien indicados y usados tienen efectos benéficos; pero no siempre sucede. Las noticias recientes con algunos de estos fármacos son aterradoras.

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