Cuidemos la democracia

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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Nadie, con mediada ilustración, desconoce lo que significa la democracia en su concepción política y sociológica. Y el que no tiene una noción académica sabe, por propia experiencia, que la democracia es el sistema que le otorga al ciudadano la potestad de pensar y de actuar libremente en armonía con lo que lucubra y quiere, dentro de un orden legalmente preestablecido.

La democracia, desde su origen remoto en la Grecia de los eximios filósofos -que, con sus teorías iluminaron por siglos y aún siguen irradiando luz en el universo culto- es valor preciado para la humanidad ecuménica. Por eso, cerebros ilustrados y nutridos con estudios realizados entre los muros de recintos proclives a la ciencia política, le han dedicado ingentes horas de análisis y cavilaciones. Muchos son los conceptos que sobre la democracia han plasmado eruditos politólogos. Vale la pena que repasen algunos de esos escritos quienes en el momento actual son actores en el apasionante proceso eleccionario y ardorosamente se disputan el favor de la opinión de la masa de sufragantes; hombres y mujeres  que se autoproclaman poseedores de aptitudes, méritos, dones de buenos administradores de la res pública, idóneos servidores del sector oficial y celosos guardianes de la comunidad con deseo de convertirse en jefes de los destinos del departamento y del distrito o en competentes coadministradores ocupando escaños en los cuerpos colegiados: asamblea departamental y concejo distrital.

En esa coyuntura política, no es vano ejercicio resaltar la necesidad de salvar la democracia, bien intangible que no se agarra porque carece de materia; es inasible porque no tiene moléculas corporales, pero es indispensable para la supervivencia de la dinámica proactiva y civilizada de los pueblos tanto como el oxígeno es imprescindible para los seres vivientes. La democracia, por ser noción abstracta, etérea, idea gnoseológica, no es fraccionable en átomos, pero en átomos sí vuela la libertad del ser sociable por naturaleza cuando el Estado  en que habita pierde, para infortunio, el inescindible matrimonio: democracia libertad.

Así como el ordenamiento jurídico sin el atributo de la coercibilidad está condenado a la ineficacia, una nación sin democracia es huérfana de libertad; sería apenas lánguido amasijo humano humillado por despotismo odioso, padeciendo -valga el símil- la angustia de asfixiarse que tortura al paciente con patología de asma al que le falta el aire oxigenado para mantenerse vivo. La democracia es el tabernáculo de la libertad. Está gravemente amenazada. Un torrente iconoclasta exógeno destructor de los principios perennes quiere derrumbarla para imponer sus tendencias de opresión, despotismo, odio de clases, epicureísmo y cuanto engendro aberrante y disolvente de la sociedad y de la familia sacan del magín. Hedonismo rampante y olvido de los supremos preceptos de Dios. Tiene también enconados enemigos internos, que acogen las tendencias foráneas y quieren aplicar literalmente los libretos que reciben de ideólogos extranjeros, parapetados en el argumento de buscar introducir el cambio bajo la dialéctica de reivindicación y justicia social para los pobres. Falacia total. Porque el cambio no es para evitar que reincidan en corrupción los que en ella estaban incursos, sino para que los nuevos ostentadores del poder sean los corruptos. También debemos preservar la democracia del daño que le han hecho -y aún le hacen- quienes, beneficiándose de ella, la apuñalan arteramente con su proceder punitivo que desprestigia las instituciones de la República.

Tengan cuidado los demócratas aspirantes a convertirse en servidores públicos: gobernador, diputado, alcalde o concejal. La dispersión de votos es preludio de derrota, frente a adversario unido. Actúen con sindéresis. Depongan ego. Únanse en favor del candidato con más opción, para que los segundos en votación no tengan que resignarse a ser diputado o concejal ope Carta Política, execrados merecidamente por el juicio histórico. 



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