Esclavistas contemporáneos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Lo más sorprendente del homicidio y posterior descuartizamiento del médico cordobés Edwin Arrieta en Tailandia acaso no sea la propia ocurrencia de ese acto de desparpajada barbarie; después de todo, un simple vistazo a la historia podría demostrar que del ser humano siempre se han podido esperar acciones semejantes. (Las guerras, por ejemplo, aun las más justas, no han sido sino un escenario de muestra de que la pulsión criminal en los hombres nunca se fue de su torrente sanguíneo, y que lo acompaña a donde va). No: lo que causa asombro a muchos en Colombia es la ligereza con que el tema ha sido tramitado por ciertos sectores de la prensa española una vez se ha sabido la verdad sobre los hechos, confesados en lo esencial por su autor, Daniel Sancho.

Hablo de esa suerte de callada alcahuetería que denotan quienes se han esforzado allí, del otro lado del Atlántico, por sembrar pedantes dudas acerca de la responsabilidad penal de su connacional, ¡aun cuando él mismo ha relatado lo que hizo, cómo lo hizo y por qué lo hizo! Esos están en igual categoría de los que distorsionan la imagen televisiva de las esposas puestas en las muñecas del zagal, para que no se lo exponga en tan fea situación; y que comparten estirpe con los que se hacen eco de la pretendida justificación de Sancho para matar y desmembrar a otro hispanófono: las presuntas amenazas letales de la víctima al victimario, agravadas, desde luego, por su condición colombiana, cosa que se agrega como si constituyera inherentemente un principio de exoneración.

A lo mejor lo que voy a decir no tiene nada que ver con lo precedente…, pero quizás sí. Por alguna razón, este grotesco sucedido me ha hecho pensar en los datos de la Organización Internacional del Trabajo relativos a la esclavitud moderna, según los cuales en 2021 había en el globo una población equivalente a la de Colombia en situación de, digamos, encierro extrajudicial (trabajos y matrimonios forzados). De ese monstruoso número, representativo de la miseria de la especie, la agencia de las Naciones Unidas nos informa que más de la mitad de los trabajados forzosos, y un cuarto de los matrimonios a la brava, se realizaban en dicho año en países de renta media-alta y alta. Se documenta que esto va a peor, porque cinco años antes había diez millones menos de cautivos.

Hechas las cuentas de almas, la cifra final indica que en el mundo medianamente civilizado (países de renta media-alta, como Colombia) y en el civilizador (países de renta alta, como España), existían hace dos años veinte millones de esclavos. Y, si hacemos caso a la tendencia de incremento porcentual del problema, tenemos que en 2023 perfectamente podría haber dos millones más de personas obligadas a vivir una vida que no es la suya, en Estados que, en su mayoría, se precian de ser al menos democráticos. ¿Qué de raro tendría, entonces, que Daniel Sancho crea, como todavía lo creerán sus solidarios amigos, que la justicia, tailandesa o no, debería ser diferenciada (¿politizada?, ¿ideologizada?), si este planeta al parecer se dirige loma abajo hacia las épocas en las que resultaba natural segar la libertad del que se dejara solo porque era posible hacerlo?



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