Una voz pequeña

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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Es posible que mucha gente aún joven nunca se entere de que Julio Iglesias, el hombre de las “tres mil mujeres”, alcanzó a jugar de guardameta en el primer equipo del Real Madrid, y que tiempo después padeció un accidente que lo dejó por un año y medio sin poder caminar, con pocas esperanzas. A lo mejor tampoco saben que antes de que eso pasara Julio no sabía componer canciones, que no sabía cantar ni que nunca había cantado, o que además era un estudiante de derecho al que le tocó dejar los estudios finales a causa de la lesión sufrida. Ignoran que antes de cumplir los veinticinco años le había dado la vuelta a todo eso para convertirse en la estrella mundial que sigue siendo. Solo por una guitarra que le regalaron en convalecencia, para levantarle el ánimo.

Tampoco debe de saberse que, hasta hace unos diez años, Iglesias admitía sin miedo que había  venido aprendiendo a cantar poco a poco, igual que si fuera un aprendiz que no teme a las críticas, que las hubo, y muchas, de entendidos y colegas, quienes no dudaron en menospreciarlo en su momento de mayor éxito. Por su parte, todo indica que el cantante español ripostó siendo un voluntarista de tiempo completo: en diversas entrevistas ha dicho que lo suyo es la disciplina, el trabajo, la constancia, y en otras ha agregado que siempre dispuso del motor de la ambición, que a su vez lo dotó de atrevimiento para cantar en cuanto idioma se le ha ocurrido (quince o dieciséis), sin el proverbial miedo al ridículo que enseñaron, allá y acá, los recios defensores del león de Castilla.

Pero quizás lo más sincero que ha contado últimamente, ya con casi ochenta años, es la parábola verídica y personal de su transcurrir por este mundo; con ello, ante la sempiterna cuestión sobre su triunfo cara a la adversidad de ser un cantante “que no sabía cantar”, hace de la confianza plena y desvergonzada un amuleto. Le achaca a su estilo, a su manera de interpretar con una voz pequeña las letras “hacia adentro” del pecho (y a no intentar competir en vozarronería con otros) su capacidad para descifrar el misterio del favoritismo del público; algo que, según conocedores que no cantan, no debió serle concedido en ningún caso. Aquí conviene preguntarse otra vez, como con la literatura o las demás artes, qué es la música: ¿una definición académica o lo bello de su exploración?

A manera de desafío invertido a quienes todavía le reclaman por haber sido capaz de lograr cosas, él incluye a la suerte entre las determinantes de su destino. Así, dándoles la razón a los verdugos, mientras por otro lado sigue haciendo lo que le da la gana con su voz, se ha pasado media vida, diríase emboscando a la miseria humana. ¿Aprendería a hacer esto Julio mientras estuvo en su habitación de hospital a los diecinueve o veinte años, viendo gente morir y gente nacer, preguntándose día tras día por qué había sobrevivido a pesar de la violencia del siniestro automovilístico padecido, por qué ya no podría jugar fútbol profesionalmente si tanto amaba a ese deporte, y, en especial, si alguna vez volvería siquiera a caminar? En momentos de quietud suelen aparecerse las preguntas más difíciles, es cierto, pero en ellas van envueltas las respuestas. 



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