Pétrea voluntad de poder

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Alcanzo a imaginar que la peor de las batallas que tuvieron que presentar los españoles que vinieron a establecerse en Cartagena de Indias durante los tres siglos algo indistintos de la Colonia fue contra el calor húmedo que a veces parece meterse por los poros y que por momentos puede que no deje respirar bien, incluso a los nativos. Todos por igual, los militares y sus grandes ingenieros, los funcionarios (muchos funcionarios), los comerciantes (no solo judíos), clérigos (inquisidores o de los buenos) y hasta los nobles segundones venidos con sus pieles blancas a bronceárselas con nuestro sol bravo, en medio de esta tierra rodeada de agua que es la ciudad de las murallas, han debido de padecer la pálida que da cuando no se tiene el hígado habituado a la fogosidad de las circunstancias.

Tales gentes, sin embargo, a fe que sabían a lo que venían. No de otra forma podría explicarse la quema de naves que significaba atravesar la mar océana durante tres meses, en muchos casos con pocas posibilidades de retorno, para venirse a vivir y morir a una de las nuevas capitales del reino. Pero, un momento, ¿acaso constituían estos territorios una extensión del Reino de España? ¿No eran simples comarcas coloniales? Parece que ya no, pues todo indica que una revisión histórica está en proceso desde hace algún tiempo: apenas los aborígenes fueron vencidos en la Conquista, esta patria devino inmediatamente española; y, así, los nombres que hubieron de dar los vencedores a sus fundaciones para sepultar los que los vencidos les habían puesto a sus antiguos espacios, no fueron sino una suerte de confirmación a distancia de lo que para aquellos ya existía en Europa. 

De esta forma sería dable medio entender que se fundara en 1533 a la actual Cartagena colombiana con el apellido “de Indias”, para diferenciarla de la de Murcia; aunque, por otro lado, con la misma idea no se logre explicar que a Medellín, las dos Guadalajaras y las varias Madriles, entre otros ejemplos, no se les hiciera la misma distinción, a pesar de tener su original en la península. Ahora bien, si uno le cree al reciente dogma, podrá ver que el medio hombre que era Blas de Lezo (le faltaba un ojo, una pierna y un brazo le era disfuncional) vengó en Cartagena y en inferioridad de condiciones la derrota de la Armada Invencible, sufrida por España ante los ingleses un siglo y medio atrás, ayudándose de la mano de obra local y del invencible calor que Dios nos diera; y, así, cabría aceptar que en realidad ese vasco de malas pulgas “que meaba mirando hacia Inglaterra” peleó por su país y no por este, a pesar de que lo detestara el virrey, su comandante igualmente vascongado. 

Eso sí, también tendría que concederse por fuerza que la Ciudad Amurallada hoy en pie se construyó en este puerto negrero de Cartagena tanto para que España se batiera a cañonazos con piratas multinacionales, como para ir extendiendo de una vez el mismo sentido del amurallamiento europeo, implementado para defender a los feudos medievales de allá de enemigos externos muy reales; y que, en el contexto de acá, ello sirvió más bien como defensa de los posibles enemigos internos, es decir, de los nada españoles “de extramuros” de los que se dependía. ¿Colonia? ..., ¿cuál colonia?  



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