Gabito alguna vez dijo que los habitantes del Caribe somos seres nostálgicos y melancólicos, y yo lo comparto porque, como buen Caribe, vivo preso de mis nostalgias.
Hay sin embargo una, que a pesar del tiempo transcurrido, y de las muchas cosas por las que he pasado, ocupa un lugar privilegiado en mis recuerdos.
Desde que tuve memoria, en diciembre llegaban las brisas, o la loca como le llamamos en Santa Marta. Esos vientos huracanados eran para mí el anuncio más feliz del año, ya que comenzaban las vacaciones escolares y las fiestas de Navidad.
Con la brisa, llegaban los tiempos compartidos con los amigos, las novenas, los regalos y la deliciosa comida. En fin, la brisa en mi mente y en mi espíritu es el símbolo supremo de la felicidad.Era capaz de llevarse con su llegada las tristezas más profundas.
Recuerdo que muchas de nuestras madres, vivían desesperadas con las brisas porque las casas amanecían llenas de polvo y el trabajo de limpiarlas cada día era arduo. Además, era una brisa traviesa que derribaba árboles y dejaba al desnudo en pleno Centro de Santa Marta, los atributos femeninos de aquellas que se atrevían a desafiarla, como burlándose de la famosa escena de cine de Marilyn Monroe.
Que delicia era oírla cantar acompañada de una guitarra gigantesca improvisada con los cables del alumbrado eléctrico, produciendo un zumbido o aullido que se podía oír por toda la ciudad, y que hacía a los samarios decir, oigan la loca soplar. Tal vez todas estas nostalgias fueron las que inspiraron Marvel Moreno a escribir su novela En diciembre llegaban las brisas, y que tuvo gran aceptación hace algunos años. Y si, es que para que las brisas sean felices, deben soplar en diciembre, o ¿cómo más vamos a acompañar los villancicos de los niños?
Necesitamos que vuelvan las brisas, que vuelva nuestra amada loca para que se lleve la lluvia, la tristeza y todo lo negativo.
En mí he notado, que sin importar donde esté, cuando sopla brisa, vuelvo a ser feliz, a ser niño y a transportarme a esos tiempos de la Santa Marta de mi infancia, que nunca quisiera haber abandonado.
Cada vez que siento la brisa, pienso en El Morro, en San Pedro Alejandrino adonde nos íbamos en bicicleta solo para llevarle la contraria y a ver quién podía más.Pienso en las azotadas de arena de playa, en los partidos de futbol con el jugador número doce, la loca, a favor o en contra.
Cada vez que siento la brisa, vuelvo a experimentar la alegría decembrina, como si fuera la primera vez.
Los años han pasado, y aquellos grandes amigos y cómplices de infancia y juventud han tomado distintos caminos, cada cual con sus propias preocupaciones de adulto, de hombre de familia. Algunos de nuestros seres más queridos solo nos han dejado su ausencia porque se fueron a la eternidad de donde nunca se regresa; Santa Marta cambió, creció, se hizo una mujer adulta e irreconocible que a veces nos lleva a pensar que los recuerdos que atesoramos en nuestra juventud no son más que sueños.
Y en todo este proceso, en todos esos años, que comparado con la eternidad son nada, la brisa decembrina siempre nos acompañó, llegó puntualmente a su cita decembrina hasta el día que ya no volvió cuando debía.
A lo largo de los años, la brisa fue testigo de cómo todo iba cambiando en Santa Marta y en nosotros, pero sin importar que, siempre su tonada era alegre.
Y por ser loca, pues no era más que presunción y arrogancia esperar que se comportara acorde con nuestras nostalgias.
Nadie le dice a la loca ni cuándo debe llegar ni cuándo debe irse, por eso precisamente es loca. Es libre porque el viento es libre, y nunca se dejará atrapar por el pasado ni por los recuerdos.
La Navidad seguirá siendo alegre porque esa es su esencia, seguirá siendo el tiempo en que las familias se abrazan y comparten. Los regalos seguirán llegando, los niños nos seguirán iluminando con esa sonrisa de felicidad al abrir los regalos que les trajo el Niño Dios, y seguiremos esforzándonos para que cada Navidad, cada diciembre sea especial y mejor que el anterior.