Los grandes hombres, los que marcan una era y dejan huellas profundas en las sociedades en las que vivieron son inevitablemente figuras polémicas. Son hombres y mujeres convencidos de su misión y de su visión, despreocupados del juicio final de la historia, el cual le dejan a los otros, a los que observan los toros desde la barrera. Tercos, incansables, obsesivos, combativos, luchadores y en cuyo diccionario no existe el término derrota. De estos grandes hombres la humanidad produce muy pocos.
La semana pasada, se fue uno de los grandes de Italia, Silvio Berlusconi. El funeral de estado en la Catedral de Milán fue emotivo. En la plaza le daban el último adiós más de quince mil personas entre aplausos y gritos de C’e un solo presidente, mientras una tercera parte de los italianos que viven en Italia seguía el funeral por alguno de los medios que lo transmitieron. Además, contó con la presencia de algunos jefes de estado. Se sabe que un hombre fue grande cuando hasta sus propios enemigos y contradictores lo reconocen como tal y son capaces de expresar admiración por esa persona a pesar de las diferencias.
¿Quién era Silvio Berlusconi? Fue muchas cosas y representó muchas cosas, según la persona con que se hable. Fue un poderoso empresario, creador de empresas, incluyendo medios masivos. Se le atribuye el haberle introducido a los italianos las novelas. Dueño del equipo de futbol Milán. Fue un gran político. Fundó el partido de centro-derecha Forza Italia y es considerado el primer populista de la política italiana moderna. Varias veces Presidente del Consejo de Ministros, y al momento de su muerte, su fuerza política era parte de la coalición de derecha que hoy gobierna Italia. Y sin duda alguna, fue un personaje público que gozaba de gran reconocimiento y ejercía fascinación dentro y fuera de Italia. Sus corbatas marcaron época y muchos jefes de estado quisieron una corbata como la de Silvio, y ni que decir que sus escándalos llenaron los medios masivos; de estos últimos siempre supo levantarse y reinventarse.
Esperar que los hombres sean perfectos es ridículo, y lo es mucho más cuando de grandes hombres y mujeres se trata. El juicio de la historia es de balances finales, pero la vida es mucho más y muchísimo menos al mismo tiempo. Para entender esto último hay que sustraerse de lo espacio-temporal y ver la vida de una persona desde una óptica que nos es ajena. Así lo entendió el arzobispo de Milán, Mario Delpini, a quien correspondió la homilía, a la cual tituló: Ecco l’uomo: un Desiderio di vita, di amore, di felicitá (He aquí el hombre: deseo de vivir, de amar y de ser feliz).
No era fácil elegir sobre cual Berlusconi hablar porque sin importar cuál hubiera escogido, su elección hubiera sido criticada. Monseñor Delpini era consciente de que Berlusconi fue, y aun después de muerto todavía es, una figura divisiva que despierta grandes amores y grandes odios. Elogiar o condenar eran ambas opciones equivocadas y encontrar las palabras, el tono correcto y el equilibrio era casi imposible. Monseñor Delpini hizo todo esto último de forma magistral. Simplemente, habló del hombre, de aquel hombre que solo quiso vivir, amar y ser feliz y hacer feliz a quienes le rodearon. Un proyecto de vida no exento de grandes equivocaciones. Terminó su homilía con esta frase: Ecco che cossa posso dire di Silvio Berlusconi: É un uomo e ora incontra Dio (He aquí lo que puedo decir sobre Silvio Berlusconi: Es un hombre y ahora se encuentra con Dios).
Recomiendo leer la homilía. Es una pieza de una profundidad enorme, y a la vez sencilla y breve. Logró encapsular el misterio de la vida y del hombre en poquísimas palabras. Descansa en paz Cavaliere.