Procesalistas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Suele ser frecuente escuchar opiniones más o menos despreciativas de la actividad procesal en los diversos ámbitos jurídicos que uno recorre por ahí, en los juzgados o ya fuera de ellos, como si de una tarea menor se tratara; o, lo que es peor, como si cualquier abogado, por el solo hecho de serlo, estuviera en capacidad de entenderla y asumirla sin mayores complicaciones. No lamento disentir de estas posiciones arrogantes y desconocedoras del verdadero papel del llamado derecho adjetivo (en oposición al derecho sustantivo, es decir, el que contiene el detalle de los derechos y las obligaciones de los ciudadanos) en el pasar judicial del país, y, por supuesto, en el social. Tendría varias razones que exponer, basadas en la experiencia propia y en el denso conocimiento que los tratadistas se esfuerzan en dar a conocer, pero creo que es mejor valerse de una simple analogía.

Quien ha padecido un dolor físico inmovilizante podrá recordar con facilidad que el poseedor de la última palabra en materia de intervención directa en el cuerpo, para sanarlo y devolverle la paz, la tiene aquel de los médicos que ha decidido, y además ha podido, ser cirujano. Para entonces, a lo mejor han probado servir de poco o nada las prescripciones farmacológicas, los exámenes ordenados hasta con la esperanza puesta en su previsible efecto de placebos, las terapias, los consejos y puede que incluso los rezos con la mirada puesta hacia los cielos. Es necesario cortar la piel y retirar lo que molesta o sobra adentro, corregir el funcionamiento del respectivo aparato, enderezar lo que esté torcido y con ello confiar en que el tiempo de recuperación devuelva la vida a su escenario natural, para que reverdezca mientras todavía pueda y siga su ciclo hasta el final.

La concentración necesaria para hacer aquello, mientras el alma del paciente dormido está suspendida en el aire, no puede compararse con nada. Es lo que más se acerca a la por muchos anhelada imitación a la labor creadora de Dios padre. Así que no me atreveré a decir que el ejercicio del derecho procesal civil (o laboral, administrativo y ni siquiera el penal) se parece a la cirugía en lo esencial: no hay que tomar decisiones en cuestión de segundos en los estrados judiciales, sino muy excepcionalmente, y ello está por lo regular previsto y trabajado de antemano; mientras que, en un quirófano, lo verdaderamente imprevisible puede pasar, y a veces no hay respuesta. Pero sí que defenderé que el abogado procesalista tiene en sus manos el destino del proceso, valga la redundancia, y, con él, quizás el de quien persigue una definición de justicia que le favorezca.

Los recovecos de cada trámite procedimental son territorio vedado a las mentes generalizadoras, impulsivas o poéticas. Aquí lo que vale es saber leer la precisión en las palabras…, o tal vez lo que sirve es poder construir con sustento una precisión aproximada de las mismas. En cualquier caso, la idea siempre será, detrás de la exigencia aparentemente superflua de aplicar la “forma por la forma”, cumplir un ideal de justicia objetiva: que el derecho “de fondo” se concrete. Los procesalistas, gente calculadora que mide cuándo actuar y cuándo callar, aprendieron a ganar con la letra menuda.



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