El mundo se ha embarcado en una gesta de transición energética que lleve a la des carbonización y minimice el impacto de la actividad humana en los fenómenos climáticos. Iniciativa loable, anotando que ésta ha sido la tendencia de la humanidad por siglos: moverse a formas de energías más limpias.
Las transiciones energéticas crean nuevos retos y problemas que a su vez en algún momento demandarán soluciones drásticas. Ahora bien, el petróleo y el gas estarán presentes por muchísimo tiempo y es poco probable que sean reemplazados del todo algún día.
La sed por petróleo tuvo un enorme impacto geopolítico, y los países con grandes reservas no solo lograron tener peso en el acontecer económico del mundo, sino que aquellos que la aprovecharon bien, lograron transformar positivamente sus sociedades. Otros, como Venezuela, no aprovecharon los ingresos de la bonanza y la desperdiciaron en utopías socialistas y corrupción.
Hoy hay una realidad palmaria, la cual es que la transición energética ambicionada necesita de los depósitos de minerales raros de América Latina. Es decir, sin América Latina no hay transición energética. Estamos hablando de cobre, litio, entre otros. La consecuencia de esto es que una nueva bonanza en América Latina es predecible pero sus consecuencias e impacto no tanto. ¿Será esta otra oportunidad desperdiciada?
Lula en Brasil entiende los tiempos de la transición, y por esto insiste en explorar y seguir aprovechando el cuarto de hora del petróleo. Además por una razón pragmática: entiende que el relativo éxito de sus dos anteriores mandatos en términos de impacto social solo fueron posible gracias a la bonanza de las materias primas. Entiende que sus programas sociales no son realizables sin el apalancamiento de una bonanza.
El petróleo y el gas son fuentes de financiación seguras, lo otro no. Es posible teóricamente que se encuentre una forma de energía que haga innecesarios los hoy en demanda minerales raros, o la mayoría de ellos. Pero si nada cambia, la bonanza por minerales raros es segura.
La marea rosa en la región y su mentalidad estatista ha llevado a que los gobiernos de turno traten de apoderarse de esos recursos y entonces las empresas son estatales. Esto ha sucedido en Méjico, Brasil, Argentina, Bolivia y en Chile; en este último con respecto al litio se creó una asociación pública-privada en la que los privados no cuentan.
Es legítimo que los gobiernos traten de sacarle el mayor provecho a las bonanzas. Asimismo, es legítimo tratar de que se genere empleo calificado y bienestar intentando que se le agregue valor a lo extraído; es decir, que se manufacturen productos terminados o semi terminados donde están las minas.
Varios problemas con la visión del estado empresario. Primero, la experiencia en América Latina ha sido desastrosa. Pemex, Petrobras y Pdvsa. Ineficiencia y corrupción. El segundo problema es que los depósitos no son de fácil acceso y requieren tecnología que solo los privados tienen y ni que decir que son costosas. El querer quedarse con todo implicaría al final quedarse con nada o muy poco. El tercer problema es la contaminación y el daño ecológico causado, que sería enorme. Y cuarto, obliga a parte de la región a intentar navegar una geopolítica complicada y aprender a moverse sin pisar callos entre China y los Estados Unidos y sus aliados, quienes compiten por esos recursos. Quizás en el intento de lograr ese balance sería sensato un manejo transaccional en el manejo de las relaciones internacionales, especialmente con China y los Estados Unidos. Ha sido la norma del bloque de los países no alineados, y algunos países lo han hecho con bastante éxito. Por ejemplo, India. Y en la región Brasil.
¿Y Colombia? A pesar de la carreta del presidente y sus ambiciones, no cuenta por el momento.