El primer domingo de cuaresma en las lecturas dominicales se lee la caída de Adán y Eva para recordarnos porque la naturaleza del hombre quedó herida. La Serpiente animal caído en desgracia eterna por haber querido ser igual a Dios, convenció a Adán y Eva de que comiendo la manzana ellos serían iguales a Dios y que este último lo había prohibido por esa razón. La Serpiente obviamente quería arruinar la fiesta y hacer a la más grande creación de Dios, igual o inferior a ella. La movía el odio, la envidia y el resentimiento.
Esta narración no pretende ser una cronología de hechos, sino que nos da algo mucho más importante e intemporal, lo cual no es otra cosa que un entendimiento de nuestra verdadera esencia y naturaleza. Esa verdad intemporal, la trampa intemporal de la Serpiente, la manzana envenenada, ha acompañado a la humanidad en su doloroso caminar desde el momento mismo que fuimos expulsados del paraíso.
En el centro de la tragedia humana y como protagonista principal siempre ha estado la trampa del diablo, o en otras palabras, la ideología de la igualdad. El diablo se la inventó porque no existe en la naturaleza y es una ilusión para perdernos, para crear guerras, destrucción, odio y muerte por doquier.
Si piensa un poco y se analiza con detenimiento las tragedias de los últimos dos o tres siglos para no ir muy lejos, todas tienen como factor común la igualdad. La Revolución Francesa, el movimiento feminista, el derecho al aborto, la Revolución Bolchevique, la Maoista, el comunismo en general, y el progresismo moderno en todas sus manifestaciones. Esto solo ha traído división, exterminio, odio, guerras.
En la naturaleza no existe la igualdad. Aunque dos cosas aparentemente sean iguales no lo son. No ocupan el mismo espacio, si tuviéramos que encontrar una diferencia ultima. La igualdad no es posible porque la igualdad es muerte; por ejemplo, si todos fuéramos hombres se acabaría la especie. Si todos fuéramos idénticos físicamente habría una enorme confusión, y si todos fuéramos ricos nadie trabajaría y al final todos pereceríamos de hambre.
En la naturaleza humana, aunque todos somos hijos de Dios, los talentos son individuales y distintos. Entre los hermanos de padre y madre suele suceder que uno es el doctor que nos llena de orgullo y otro el delincuente que nos cubre de vergüenza, uno rico otro pobre, uno honesto y otro deshonesto, y así sucesivamente.
Hermana gemela de la trampa de la igualdad es la de la superioridad, que no es otra cosa que el querer ser igual a Dios. De aquí nacen atrocidades como el nazismo y emperadores deidad. El socialismo y sus derivados buscan la igualdad de las masas anónimas y la idolatría del líder todopoderoso.
La ideología de la igualdad da lugar a la envidia primero, que se convierte en odio y termina con destrucción. Se quiere ser igual al otro, pero al no poder serlo se le odia y se le elimina. El típico escenario Caín y Abel del cual la lucha de clase es su interpretación social. En lo político y social, el socialismo aniquila físicamente a los que lo cuestionan, y aniquila moralmente asesinando la libertad de las personas. ¿Por qué la libertad? Porque es lo que nos hace semejantes a Dios.
Toda esta reflexión es un llamado a preguntarnos si detrás de las apariencias de las cosas, se esconde la trampa del diablo en alguna de sus formas. Es un llamado a descubrir el engaño y a no comernos la manzana por muy apetitosa que parezca. Entendamos que la igualdad es una ideología de muerte y por esto ha fracasado en sus intentos políticos y económicos, y también fracasará en los escenarios sociales a pesar de las apariencias.