Se sabe que estamos en pleno ciclo electoral porque las redes sociales toman una dimensión que solo toman cada vez que hay elecciones. Los aspirantes a las distintas corporaciones o a las alcaldías y gobernaciones comienzan a enviar invitaciones para ser amigos, y sus perfiles se llenan de publicaciones.
Unos dan rienda suelta a sus aptitudes artísticas, cantando o tocando guitarra o cosas por el estilo. Otros publican fotos de sus mítines y así sucesivamente. Todos intentan mostrarse como amigos de todos, buena gente, y sobre todo, quieren hacer creer que tienen la fuerza política para ganar. Abrazan ancianos, niños sucios, al trabajador, al campesino, al moto taxista y hasta a los muertos. Hacen gala de una omnipresencia a punto tal de no perderse ni la movida de un catre. Vallas publicitarias, cachuchas, camisetas y carros de alta gama y en fin, toda la parafernalia comunicativa que ha hecho de la política un ejercicio banal y una feria de vanidades.
Se ve de todo. Unos aspirantes que uno no puede creer que estén aspirando a nada. No tienen la preparación requerida para aportarles a sus comunidades, y se les nota a leguas las malas intenciones que no son otras que robar lo público en beneficio propio y de familiares y amigos. Siendo honestos, la inmadurez de nuestra democracia se manifiesta en la imposibilidad de hacer política de opinión en casi todo el territorio nacional. Llevamos atascados en la política clientelista décadas y hemos pagado un alto precio por esto. Unas regiones han pagado un precio mucho más alto, y hoy son las regiones más pobres y atrasadas en un país pobre y atrasado. El Magdalena es uno de estos.
No podemos cambiar el pasado ni tampoco podemos quedarnos en la discusión inútil de quien es más culpable. Este show de adjudicar culpas es un circo que solo le sirve a quienes se echan la culpa mutuamente y que quieren convencernos que estamos condenados a elegir el mal menor que ellos representan. Deberíamos mirar hacia adelante, y nuestra participación política debería ser coherente con la aspiración colectiva de un futuro mejor para todos. Nuestro voto libre debería tener como única contrapartida el compromiso de los elegidos para trabajar honestamente por el bienestar de la comunidad so pena de ser condenados al olvido.
Y antes de votar deberíamos cuestionar al candidato: ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Cuáles son las credenciales que acreditan la idoneidad? ¿Quiénes lo rodean? ¿Cuánto ha gastado en la campaña? ¿Qué es lo que propone y qué tan viable es?
Creo que es absurdo quejarse de los políticos corruptos cuando somos nosotros quienes los elegimos. Si queremos que las cosas cambien, primero tenemos que cambiar nosotros la forma como participamos en política y dejar de lado el clientelismo. Con esperanza esto tendrá el efecto de elegir gobernantes y líderes idóneos. Hoy, si no tenemos acceso a educación, salud, empleo, ni calles pavimentadas ni acueducto ni alcantarillado, y de ñapa vivimos asustados por la inseguridad, la culpa es toda de nosotros. Mientras sigamos con la mentalidad de cómo voy yo ahí, colectivamente no iremos a ningún lado.
¡Ya está bueno! Despertemos y no sigamos empeñando el futuro a cambio de un plato de lentejas.