Así se vivieron los colores del carnaval.

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

María Vélez Rojas

María Vélez Rojas

Columna: Opinión

e-mail: mariavelezrojas95@gmail.com


“¡Quien lo vive, es quien lo goza!” y de eso, no quedó duda alguna. 

Hemos reiterado por qué tenemos el privilegio de contar con uno de los patrimonios más significativos. Mantener una tradición por tantos años no es tarea fácil y es de aplaudir ver cómo aún ésta permanece no solo en el tiempo, sino en nuestra sangre.

El Carnaval resulta ser una marca tallada con peldaños de mucha historia, construida a base de expresiones folclóricas que se contraponen a las agonías de familias que esperan ésta grandiosa oportunidad para el impulso de su economía. Por encima de lo comercial, logran ser una sonrisa para el alma de aquellos que encuentran, quizás, su refugio más importante: la valoración de su arte, regalándonos la maravilla escénica de ser testigos de su prestigioso trabajo, que más allá de lo tangible, logra colarse en la explotación de nuestros más íntimos sentidos, generando una experiencia inmemorable para todo aquél que se deje atrapar por sus ingenios culturales. 

Todo esto, resuena a tal punto que logra contagiar hasta extranjeros que se ven afines a la creativa dinámica marcada por las fechas. Resulta ser una invitación al disfrute de nuestra cultura; que es, la oportunidad para posicionar a múltiples marcas y costumbres que por la misma desinhibición se pueden evidenciar con más facilidad. Ni que hablar de los colores, baile y aquella famosa “compinchería” que permitimos resaltar. Quien lo vive, queda con un “no sé qué” que los hace asumir la costeñísima consecuencia de “amañarse” y con ella, en la convicción de volver porque: “¡lo bueno, se repite!”

Ahora, ¿qué sabemos del Carnaval de antaño? ¿qué sabemos de lo que ha sido, fue y será del Carnaval en Santa Marta? Pues, mucho escuchamos de sus Fiestas del Mar, pero poco de cómo el Carnaval logra hacer tanto eco que retumba hasta en el pueblo más pequeño. Como samarios podríamos apropiarnos más de nuestras fiestas; danzarlas y poder quizás, recorrer nuestras calles con ese misma “guachafita” que representa no solo al barranquillero, sino al costeño en general.

Ahora, nos preguntamos… ¿Qué fue del carnaval que danzaron nuestros ancestros? Basta con tener la minuciosa curiosidad para preguntarles a los que tenemos la fortuna de contar con alguno de ellos, poder charlar y que más allá del jolgorio, veamos una oportunidad donde generemos consciencia: ¿En qué hemos avanzado? ¿En qué hemos retrocedido? ¿Qué debemos mantener?

Me comenta mi abuela Dennys Camargo de Vélez, que si bien, aún en nuestra ciudad Santa Marta permanecen las comparsas, antes algunas de ellas consistían en la narrativa de historias cómicas ocurridas en nuestros pueblos, donde los protagonistas entraban a las casas, daban una flor y decían “con ésta bonita rosa te voy a saludar y te pido de corazón que nos dejes actuar”, también, que existían otro tipo de disfraces. Posteriormente, me menciona sonriente y con aquella mirada expresiva de “los costeños si inventamos vaina” que uno de los que más recuerda son aquellos conformados por sacos de fique de arroz, con los cuales hacían disfraces de conejos. Es increíble ver como cada contexto histórico trae su propio matiz.

Ojalá podamos divertirnos con todas las tonalidades que se presenten en cada una de las fiestas, y que cual sea que sean los próximos colores con los que vengan los siguientes carnavales, nos deje como sociedad, la enseñanza más grande de todas: danzar nuestras batallas con flores, perseverar en nuestro arte y volver cualquier disputa una digna letanía.