Según el Índice Democrático publicado anualmente por la Unidad de Inteligencia (EIU por sus siglas en inglés) del grupo que publica la prestigiosa revista The Economist, América Latina ha retrocedido en los últimos siete años. Supuestamente, la región es considerada la más democrática del mundo subdesarrollado, y por esto sorprende que comparativamente ha sido la región con mayor retroceso en las últimas dos décadas.
Cada vez más, los gobiernos en la región o son autoritarios o considerados híbridos y democracias imperfectas. Estos últimos definidos como aquellos en los que los gobiernos no son efectivos y la participación política es baja.
En la categorización de las democracias regionales, los peores ubicados son Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela. Pero lo preocupante no son los regímenes autoritarios sino los otros, es decir, aquellos gobiernos que aún conservan algunas características democráticas pero combinadas con características autoritarias; el estudio afirma que en al año 2008 solo había tres pero que en el 2022 se encontraron 8. Yo diría que 9 a la fecha porque hay que agregar a Colombia. Las democracias hibridas entre sus características cuentan la polarización política, las dudas sobre si la democracia es capaz de preservar el orden, y la tendencia a elegir presidentes que se pasan la ley por la faja. Esta es la situación en Colombia.
El experimento democrático es un camino que puede ser desandado por muchas razones, entre estas la historia. En su libro publicado en 1991 y titulado The Third Wave (La Tercera Ola), Samuel Huntington comenta la enorme transición democrática que se estaba dando en el mundo desde 1974, cuando Portugal dio fin a la dictadura militar. Supuestamente algo más de 60 países iniciaron esa transición. Eran los días de la globalización y de la aceptación de China en la Organización Mundial del Comercio y donde se respiraba optimismo. Había caído el muro de Berlín y se había desintegrado la Unión Soviética, lo cual hacía pensar que la historia era unidireccional y el camino conducía inequívocamente a la democracia. Sin embargo, las expectativas ciudadanas aunadas a gobiernos ineptos dieron al traste con muchos experimentos democráticos. El reflejo histórico se impuso y muchos países retornaron a lo conocido: el autoritarismo. El caso más evidente es Rusia.
Ahora bien, en las democracias híbridas hay matices. En el caso de Colombia es evidente después de más de seis meses de gobierno, que la democracia colombiana se está deslizando peligrosamente hacia el lado autoritario. Petro quiere gobernar por decreto y pide que le den atribuciones que le permitan saltarse los mecanismos democráticos. A pesar de su discurso, Petro cree que los otros poderes públicos son un estorbo, y es así como cuestiona fallos de las altas cortes, y quiere dictar (¿dictador?) cómo deben hacerse las cosas sin que nadie lo cuestione o contradiga. Recurre a prácticas camorristas para disuadir a posibles opositores. Pelea con el Fiscal y con la alcaldesa de Bogotá, llama Nazi al estado colombiano y a todo aquel que lo contradiga. La marcha del 14 de febrero fue la última muestra, donde claramente tenía la intención de intimidar a los congresistas. A este paso vamos a terminar en un absolutismo presidencialista donde el estado será Petro y nadie más.
Estamos asistiendo en cámara lenta, y no tan lenta, al entierro de tercera del sistema de pesos y contrapesos entre los poderes públicos. Siempre han sido defectuosos, pero funcionaron en momentos claves de la vida republicana para poner coto a la pretendida arbitrariedad. En síntesis, nuestra incipiente y defectuosa democracia está siendo masacrada y remplazada por un mesías cantinflesco y autoritario que ha convencido a un pueblo crédulo que él es el único que sabe el camino para llegar a la tierra prometida. No tarda en llegar el día en que nos arrebaten la libertad por decreto.