Ataque frontal

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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Sin dilación ni piedad. “Todos a una…”. Unidos monolíticamente. A librar la batalla que no requiere usar armas letales, en la que no habrá vencidos ni extintos, sino seres humanos rescatados del yugo de la miseria y resucitados para vivir dignamente. Se trata de arremeter contra la pobreza. Pendencia en la que ningún integrante de la colectividad social puede sentirse excluido de participar.

Todo el que pise suelo colombiano es actor decisivo. Desde el potentado dueño de riqueza, hasta el más humilde desvalido. Y obviamente el Estado en sus distintos niveles. Cada sujeto aportando lo que puede. Con sentido de justicia social; con criterio humanitario y responsable. No se trata de erradicar la pobreza a base de subsidios ni dádivas que, si bien a algunos favorecen, son ayudas que mayoritariamente estimulan la holgazanería y desmotiva el emprendimiento y la laboriosidad ciudadana. La fórmula para reducir al más bajo nivel la pobreza está suficientemente expuesta por los analistas de los fenómenos sociales: generación de empleos.

El anhelo del individuo en aptitud laboral es trabajar para procurarse a través del trabajo honesto y eficiente los recursos monetarios que le permitan satisfacer sus necesidades vitales. El empleo no surge espontáneamente. Es resultado de la actividad de los miembros del cuerpo social. Brota de la capacidad de los hombres y de las mujeres para producir bienes y servicios necesarios para la supervivencia comunitaria. Al hacer estas afirmaciones no estamos descubriendo nada nuevo; todas esas aseveraciones son verdades de Perogrullo.

Como es evidente, también, el nexo causal entre fábrica operario o empresa empleo. Si no hay empresa no se necesita empleado. Por consiguiente, es indispensable impulsar el emprendimiento para cristalizar el propósito de abrir el mercado de oferta laboral que colme el anhelo de millones de compatriotas que buscan desesperadamente oportunidad de trabajar y no la encuentran, incrementándose más y más el flagelo del desempleo. Creciendo el índice de pobreza e informalidad, tábanos que laceran al conglomerado macilento. Males agudos para cuya mitigación se dice y escribe y promete mucho, y en la realidad son notoriamente exiguos, casi imperceptibles los resultados que se obtienen.  

No es suficiente sentir cómo se aflige el corazón ante el espectáculo dantesco de ver gentes que habitan en humedales pantanosos, en ranchos forrados con piezas de cartón y madera desechables, techos de láminas de cinc roídas, y piso de tierra. Y triste es observar que son muchísimos los hombres, mujeres, adultos y niños que viven en tan precarias condiciones de insalubridad. Y constatar que ese drama de pauperismo desolador existe al lado de vías de copioso tránsito humano y de vehículos en sectores urbanos e interdepartamentales, de paso obligatorio, a la vista de millares de viajeros, seguramente adoloridos, pero sin opción o vocación para aliviar, por lo menos, la aberrante anomalía. 

Por esa tortuosa situación, y por las circunstancias de aflicción económica que vulnera bastas legiones en el territorio colombiano, es absolutamente urgente acometer la guerra contra la pobreza. Sin sembrar odio en el alma de los desfavorecidos de la fortuna; sin violencia fratricida; sin demagogia que frustra las aspiraciones de los que sienten hambre y necesidades múltiples; sin arruinar a los que con esfuerzo, disciplina y laboriosidad constante durante muchos años han forjado un patrimonio sólido y creado empresas productivas generadoras de empleo. En la gesta contra la pobreza lo que debe primar es la convicción de que es posible minimizarla y para ese fin el Estado debe suprimir gastos superfluos e invertir, prioritariamente, ingentes recursos que produzcan desarrollo económico y social; el sector privado, con responsabilidad y amplia generosidad aportar lo más que pueda, y el estrato deprimido detener la explosión demográfica, de su propia autoría. Fardo pesado que mucho lo agobia.



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