Lo evidente no necesita demostración. "La verdad es lo que es". Sirve ese postulado de introito para repetir el concepto aceptado y profusamente divulgado de que la naturaleza fue pródiga con Santa Marta y la adornó de indecibles encantos en los que se extasía la vista contemplando bellezas imponderables: arena, mar, ensenadas, bahías, ríos, valles, montañas; fauna, flora. Paisajes idílicos. Estrella hídrica generosa en torrentes acuáticos. Suelos fértiles en variados niveles térmicos. Sin duda es un entorno geográfico nimbado de preciosos escenarios. Posee el privilegio sin par de tener plácidas aguas marinas recostadas en playas extendidas a los pies de soberbia cumbre cubierta con penacho níveo.
Toda la prodigalidad de natura; todo el bondadoso derroche de la creación privilegia a Santa Marta para erigirse en potencia turística de primer nivel. Sin pretender que se le considere el paraje más hermoso del mundo, sí debemos persuadirnos de que posee suficientes motivos que la convierten en destino turístico de excelencia a nivel internacional.
Prueba sencilla de esa percepción es la presencia en la ciudad y en su entorno de millares de turistas venidos de todos los puntos cardinales del planeta tierra, que en peregrinación ininterrumpida, en renovación constante, la visitan diariamente.
La desbordada generosidad de la creación no justifica la desidia de los administradores oficiales de la ciudad. Tampoco es acicate para la indiferencia ciudadana. Desidia e indiferencia que saltan a la vista. Ni un invidente deja de palparlas. Pues si alguien no las ve por falta de visión, de seguro que aún con olfato disminuido las huele.
Basta con un corto trasegar por el "Centro Histórico” para detectar los padecimientos graves que sufre la "Perla de América". Faltando dos años y medio para cumplir quinientos años de su fundación, presenta lánguida semblanza de urbe en triste decadencia.
Comencemos por mencionar dos deficiencias álgidas, además de bochornosas: la carencia de agua potable y de alcantarillado. Carencia del esencial líquido en un porcentaje alto de la población, y pésima calidad del agua en toda la ciudad. Incluyendo barrios de estrato 6, en los que hay construidos edificios para vivienda de estamento económico elevado, en los que habitan gentes que pertenecen al grupo de "los de antes", vituperados por los que se autodenominan los "de ahora", que, por extraña paradoja, también tienen sus elegantes moradas en promiscuidad con la élite y los ex gobernantes vilipendiados. Vaya cinismo de los camaleones advenedizos.
Idéntico problema es el del alcantarillado. No cubre las necesidades de la ciudad. Y las calles de esta se inundan de aguas servidas, con las indeseables secuelas que esa anomalía genera.
La falta de cultura ciudadana. El caos generalizado. Indisciplina social, cada cual impone su propia manera de actuar, sin autoridad que ponga orden dentro del respeto a la ley y a los derechos de los asociados. Inseguridad intimidante, a pesar del esfuerzo de las unidades policiales. La maya vial en acelerado deterioro. Crece la movilidad vehicular y no se construyen vías de descongestión. Las obras que se ejecutan, se hacen a marcha tan lenta que parecen proyectadas para que las utilice la generación de criaturas que hoy gestan en el vientre materno. Ejemplos al canto: la ampliación de la calle 30; y la reconstrucción del Teatro Santa Marta, que tardó 12 años. Por contraste, en Barranquilla, la construcción del más grande puente atirantado que hay en Colombia, demoró sólo 3 años.
La moto taxismo sin control. Suicidas en dos ruedas, sin respeto por las reglas de tránsito.
Erradicar toda esa problemática es deber de los detentadores del gobierno en colaboración estrecha con la ciudadanía. Lograr ese propósito es ser conscientes del patrimonio inmenso obsequiado por la naturaleza para convertir a Santa Marta en emporio turístico del universo.