A pesar de que muchos queremos un cambio de dirección en los gobiernos locales, y eventualmente en el gobierno nacional, la estrategia de demonizar, dividir y polarizar es una estrategia perdedora.
Si realmente queremos viabilizar el cambio, necesariamente debe cambiar la estrategia. De continuar por este camino, el resultado será que los gobiernos indeseables ganarán las elecciones. O mejor, no las ganarán sino que la perderán quienes no supieron canalizar los anhelos ciudadanos en propuestas concretas.
Doy algunos ejemplos. Al desgobierno de Petro es fácil criticarlo porque es un gobierno improvisado que vendió utopías y comete errores que dejan en evidencia su incompetencia para gobernar. Algunos opositores, porque no hay oposición, le ladran fuertemente por los medios todos los días y hacen esfuerzos inmensos para desacreditarlo. Me refiero a personas como Cabal, Enrique Gómez, Fico, entre otros. Esto no funcionará.
Lo planteado aplica también en la esfera local. Atacar visceralmente a Caicedo y su grupo por todo lo que no han hecho y por lo que han hecho mal es insuficiente. La razón es que nuestro pueblo cómplice de la corrupción presume que TODOS los políticos son bandidos, y entonces votan por el que le dé alguna cosa. El famoso clientelismo. Enfermedad de las democracias inmaduras.
Y no funcionará porque ignora la dinámica de la política nacional, el contexto global de este enfrentamiento ideológico y por último la misma naturaleza humana. Los electores están divididos entre los que no cambiarán de posición no importa qué, los que son apáticos al proceso político y la franja de votantes independientes. El primer grupo está dividido en partes iguales entre derecha e izquierda. La franja independiente es susceptible de ser persuadida con relativa facilidad, y por último la franja abstencionista que requiere de grandes esfuerzos para lograr su participación.
Si a grandes rasgos la radiografía del electorado es correcta, entonces la estrategia de los opositores hasta la fecha no altera para nada el balance de poder. No se gana predicándole a los conversos. Lo dicho hasta el momento no debe entenderse como que hay que abandonar la crítica. El llamado es a que sea solo una parte, y no la mayor, de la estrategia. Hay que señalar los fracasos y las falencias, pero al mismo tiempo hay que proponer soluciones, y mejor si estas surgieron de consultas y consensos con amplios sectores de la sociedad, sobre todo los de las franja independiente y abstencionista. Al final del día, el ciudadano quiere un gobierno que le resuelva eficazmente sus problemas. La realidad es que entre la izquierda y la derecha la única diferencia es en el cómo. Por ejemplo, todos queremos reducir la pobreza, pero hay distintas prescripciones sobre cómo hacerlo.
Ese cómo no es un cómo cualquiera. Ese cómo decide las elecciones inclinando la balanza. Y ese cómo debe tener unas características para ser realmente un cómo: concreto y bien definido, con unos plazos razonables y alcanzables, debe ser una mezcla inteligente de objetivos de corto, mediano y largo plazo, priorizado según las angustias de la sociedad, y debe ser creíble. Además, el mejor cómo no sirve si quien lo propone carece de credibilidad.
Personas serias con verdadera vocación de servicio público y con un buen programa de gobierno tienen el poder de producir el cambio que nuestras sociedades necesitan. Obviamente, necesitan valerse de todos los instrumentos hoy disponibles para comunicar de manera efectiva, simple, entendible y entusiasta sus propuestas. Se refuerza la base leal de electores, pero apostando a ampliarla lo suficiente para lograr la victoria. La parte más importante de todo esto es una vez se gane cumplirle a los electores y mantener la confianza para darle continuidad al proyecto.