Del dicho al hecho…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Hay mucho trecho, dice la perspicaz sabiduría popular. Reconciliación, Paz, amor, vida plena, sabrosa para todos son mensajes que retumban en los aires que oxigenan la existencia cotidiana. Sin duda palabras gratas que inflaman los corazones mustios. Voces que alientan los espíritus marchitados por la vorágine fratricida que informan los medios noticiosos. Estos, en desarrollo de su labor misional, se limitan a comunicar las ocurrencias del diario acontecer. Y en el turbión de los sucesos no pueden ocultar vivencias palpables que flagelan el alma colectiva nacional.

Atracos, violaciones, robos, invasiones, cruentos enfrentamientos entre grupos humanos, extorsiones, secuestros, torturas, etc., etc., y finalmente homicidios tipificados en diversas categorías penales, originados unos por vindictas talionales, otros nacidos en la vileza humana, execrables y horripilantes todos, cubiertos con el horrendo espectro del crimen.  

En la lucha perenne entre el bien y el mal salen a la palestra las teorías antagónicas de Tomás Hobbes y de Juan Jacobo Rousseau. El hombre es malo por naturaleza, es lobo para el hombre, afirmó aquel; el hombre nace bueno, pero el mundo lo corrompe, escribió este. Cualquiera que sea la doctrina que sociológicamente seduzca a cada mortal, es evidente que la fuerza perversa del mal crece -y avasalla exponencialmente- en el cuerpo de una sociedad pusilánime e intimidada, desconcertada y pasivamente sumisa al imperio de los violentos, de los corruptos y de los criminales, enquistados en múltiples linajes.

La sociedad tolerante con el vicio y las malas prácticas es una sociedad caótica. En la anarquía social reina el delito y prolifera la delincuencia. Una sociedad sin principios y sin    valores nunca será una sociedad jurídicamente organizada. Constituirá a lo sumo un amasijo humano sin orientación ni rumbo. Qué rueda de tumbo en tumbo.

Que deambula aturdido, impulsado por movimientos pendulares que lo hacen caer en desastre tras desastre. “Sin Dios, ni ley, ni santa María”. ¿Acaso es ese paradigma tétrico el modelo de sociedad que anhelamos para nuestros hijos y nietos? No es posible imaginar que haya ser racional proclive a desear semejante engendro. Para quienes hemos transitado largo trecho en la faz del mundo acariciando ideales superiores, formados en criterios que dignifican y exaltan al ser humano es motivo de escarnio ver como se desploma la estructura moral construida sobre bases ecuménicas sólidas por la cultura occidental.

Donde antes se enseñaba virtud, y se estimulaba el enriquecimiento de las potencias del alma; donde se predicaba la solidaridad entre los congéneres, el respeto por el derecho ajeno y se tenía conciencia del límite del derecho propio; donde era blasón de señorío actuar con honradez, ser responsable, trabajador y pulcro, se ha entronizado un torrente de ideologías disolventes de la ética y promotoras de la permisividad sin fronteras que todo lo tolera.

Extraño universo corrupto que convierte el mal en bien y el bien lo trueca en mal. Al furor de un cambio fementido, no se extirpa lo malo y sí se daña lo bueno. El cambio del mal por el bien es propósito plausible. Pero es vituperable prometer erradicar lo malo para implantar lo peor. Y lo peor es utilizar la democracia para socavar sus cimientos. Cercenar libertades para imponer la tiranía. Empobrecer a quienes han trabajado transparentemente al amparo de las leyes, so pretexto de mejorar las condiciones de los pobres que, al final, terminarán más pauperizados y embozalados.

Si la sociedad no se vuelve a cimentar en las columnas inconmovibles de la ley de Dios, será utópico creer que los melifluos vaticinios de reconciliación, paz, amor, vida plena y sabrosa tendrán concreción feliz entre los colombianos. Ciertamente que del “dicho al hecho hay mucho trecho”. Verdad incontrovertible que se fortalece ante el axioma de que, la prédica de odio genera más odio. Y hay mensajeros de violencia.



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