La fiebre no está en las sábanas

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



 Rabia, indignación, impotencia, tristeza y mucho dolor dejó la masacre de 19 inocentes niños y dos adultos en Uvalde, Texas. ¿El asesino? Un muchacho de apenas 18 años con una biografía problemática. No será la última vez que lamentemos hechos como este. La tragedia es que no hay solución real a la vista.

Parentéticamente, los sentimientos descritos son los mismos que experimentamos quienes defendemos la vida desde el momento de la concepción sabiendo que millones de inocentes no nacidos son masacrados todos los años con la aquiescencia de un gran sector de la sociedad.

La reacción normal es culpar la facilidad para comprar armas, cuando en realidad son las personas las que asesinan. El derecho que tenemos a defender nuestras vidas sería inocuo sin armas con que hacerlo efectivo. La Segunda Enmienda constitucional en los Estados Unidos acoge este derecho, aunque en su origen se basó más en el derecho de los ciudadanos a tumbar un gobierno tirano y defender la Unión.

Lo cierto es que las armas pueden ser utilizadas para defender la libertad o acabarla; para defender al Estado o para atacarlo. Bernard Shaw decía de la ciencia: carece de proporción moral. Es como un bisturí. Si lo das a un médico o a un asesino, cada cual le dará distintos usos. Lo mismo puede predicarse de las armas.

Valga recordar, que limitar el acceso a las armas solo impacta a los ciudadanos de bien, ya que los delincuentes siempre encontrarán la forma de conseguirlas. Reconociendo esta realidad, lo propuesto por Biden –limitar acceso a las armas- es una medida inocua.

Si las personas son el problema, cualquier solución debe enfocarse en la salud mental y emocional de estas. Cuando se mira el entorno familiar del joven asesino, vemos que era hijo de una drogadicta, hijo de un hogar destrozado y a quien le hacían bullying en la escuela. Un ser rechazado y marginado por la sociedad.

Más leyes no resolverán este problema porque el problema tiene sus raíces en la crisis de la familia y en la normalización de la cultura de la muerte. Las crisis actuales de las sociedades, de los países, son la consecuencia de la crisis de la familia.

Los progresistas apuntan el dedo acusador a otros lados, negándose a reconocer que su agenda progresista es la mayor culpable. La agenda feminista destruyó la familia. La meta nunca fue devolverle la dignidad robada a la mujer. Consecuencia del feminismo son el incremento del número de divorcios, la demonización de la maternidad, la promiscuidad sexual y obviamente la normalización del asesinato de los no nacidos. Cuando al feminismo se le suman otras conquistas progresistas, tenemos la sociedad que tenemos. Muchos no saben si son hombre o mujer o a que género pertenecen. Consumir drogas es derecho al libre desarrollo de la personalidad. Todas estas victorias, más otras que dejo por fuera, de la agenda progresista, nos han dejado una humanidad en harapos, despojada de todo aquello que nos hacia una especie única y ha llevado a muchos a estados tan lamentables que no existen en el resto del reino animal.

Los niños nunca estarán seguros en las escuelas si primero no lo están en el vientre de la madre. Las masacres no cesarán hasta que las familias se conviertan nuevamente en un templo de amor, de sanos valores y buenos ejemplos.

A los progresistas les digo que la dignidad de la mujer no está en competir con el hombre sino en ser el eje de la familia para salvar a la humanidad de sí misma. Solo la mujer puede cambiar el mundo. El hecho más relevante en toda la historia de la humanidad ha sido el sí de María a la maternidad.