El cambio

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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


En la mente de todo colombiano cuyo criterio esté iluminado por la luz de la sana razón, palpita un fervoroso anhelo de cambio. Evidentemente el país padece de una crisis aguda que demanda soluciones ipso facto acordes con la magnitud de la calamidad que lo aflige. Requiere de una reingeniería estructural profunda. Los problemas que lo aquejan son múltiples y variados. Hay que enfrentarlos sin temor ni reticencia, sin demagogia. Con ánimo sincero y voluntad invencible de resolverlos adecuadamente.
Además, se hallan plenamente identificados. Saltan a la vista, los perciben y los sufren en el ajetreo cotidiano los compatriotas sin excepción; y están a flor de labio de los conciudadanos que actualmente se disputan el apoyo popular para acceder al solio de Bolívar.

¿Qué se necesita el cambio? Claro que sí. Se necesita y con suma urgencia. Esa es la realidad. No es posible tapar el Cielo con la mano. Colombia es una República que se debate en una legalidad anarquizada. La gobernabilidad tiene el oneroso costo de las prebendas burocráticas, contratos, granjerías y sinecuras con que el ejecutivo compra los votos del legislativo. La corrupción le hurta al erario el dinero que la comunidad tributa. La justicia que antes cojeaba, pero llegaba, según el decir del adagio, sigue cojeando y casi nunca llega.

Y si arriba, es tan tardía que ya no es justicia, pues ha perdido la función reparadora. O se enreda entre el birrete y la toga del cartel de las Cortes, o se tuerce o mimetiza en el laberinto de los fallos politizados o ideologizados. La inseguridad azota e intimida a la ciudadanía y los malhechores les arrebatan la vida y los bienes a las gentes inermes de todos los estratos. El terrorismo, el narcotráfico y las bandas ilegales se extienden por el territorio nacional causando violencia y muerte. El sector rural en inseguridad, aislado por falta de vías de acceso. El desempleo y la informalidad agobian a millones de compatriotas y los tienen viviendo en condiciones infra humanas: pobreza, indigencia y desesperanza.

La problemática enunciada someramente es parte exigua de un catálogo de volumen superior; constituye factor fundante de desbarajuste social. De anarquía. De desinstitucionalización. Donde la justicia no opera eficazmente, la arquitectura de la sociedad se desmorona y el caos sustituye el orden. La ley, ordenación de la razón, es suplantada por la “ley de la selva”, el dominio del más fuerte donde el felino mayor, dice: porque me llamo León, conejo, chivo, etc., te engullo”.

Para hacer de Colombia una nación viable es imperioso restablecer el orden, fundado en la justicia; combatir de verdad la corrupción, sin la simoniaca propuesta de “perdón social” para corruptos redomados, no arrepentidos e incorregibles. Restablecer la seguridad ciudadana y jurídica. Promover desarrollo económico y social. Hacer de la generación de empleo un credo de Estado sublime, real y efectivo, para restaurar la dignidad de los congéneres que viven la tragedia del desempleo o la informalidad.

Para todo eso y mucho más, y con el fin de rescatar los principios y los valores obsequiados por el Creador del Universo a sus criaturas, se necesita el cambio. Pero en democracia, en libertad. Depurando la democracia de todos los vicios y de los corruptos que la carcomen. No es posible cambiar la democracia por el modelo despótico y populista que engaña al pueblo con propuestas irrealizables, y que, donde quiera que se instaura se perpetua y solo odio, lucha de clase, esclavitud, miseria y sangre ofrece a los súbditos oprimidos.

Comunismo ateo, materialista, que deja yertas las almas de los gobernados y de los gobernantes; macilentas y pauperizadas las huestes subyugadas por los opulentos falaces pregoneros del cambio y de la reivindicación del proletariado.


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