Las tres presidencias de Emmanuel Macron

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



El presidente francés corre el peligro de una intoxicación de poder. También el riesgo de ser arrastrado por la tempestad de los vientos que haya sembrado. Eternos azares del trajín de gobernar.  

Al comenzar el año convergen en cabeza de Emmanuel Macron el tramo final del ejercicio de su presidencia de la República Francesa, la presidencia de la Unión Europea, y la perspectiva de su reelección para la jefatura del estado de su país por cinco años adicionales.  

Como presidente de Francia debe cerrar un ciclo marcado por la atención del problema de la pandemia y el manejo de la crisis anímica, social y económica que con ella se desató. Es la hora del balance respecto del cumplimiento de propuestas “sobre todo lo demás”, que le dieron a su partido el premio excepcional de una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. De esas mayorías que justamente implican mayores responsabilidades para su beneficiario.  

El cierre del quinquenio se realiza, como debe ser, bajo el fuego implacable de una oposición pendiente de criticar, con agudeza, en plena campaña electoral, todos los actos del gobierno. Por lo cual éste deberá completar con maestría los grandes capítulos de su programa y poner a juicio público sus méritos en el manejo del terrorismo, la crisis migratoria, las relaciones laborales, el tránsito de la socialdemocracia al liberalismo, los chalecos amarillos, y una política exterior desde la vanguardia de la Unión Europea. Para asegurar otra vez el voto de los franceses, en la perspectiva de la reelección, el presidente deberá hacer claridad respecto de todo aquello que haría mejor a partir de ahora, de manera que el electorado acepte que haya cambios sí, pero en cabeza del mismo gobernante. 

La coincidencia de que Francia haya asumido en enero el turno de un semestre en la presidencia del Consejo Europeo, implica para Macron una oportunidad de ejercicio de liderazgo internacional, y para sus opositores la ocasión de contradecirle también en esa dimensión. Como vocero de un mandato comunitario que sólo le volverá a tocar a su país en más de una década, el presidente fue a Estrasburgo a plantear su proyecto semestral ante el Parlamento Europeo. Las líneas de su discurso permitieron ver su intención de entrelazar su visión de Europa con lo que podría ser la dimensión internacional de su eventual segundo periodo presidencial en Francia, en busca de un liderazgo continental que bien quisiera ejercer, particularmente después de la partida de Angela Merkel.  

EL jefe del estado francés dijo que el cambio climático, la transformación digital que convierta a Europa en una potencia en la materia, y la seguridad común, son los retos que se deben ahora asumir, y llamó a los países miembros de la Unión a pasar de las palabras a los hechos y adoptar posiciones comunes frente a ellos. Además pidió adiciones a la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea para respaldar la protección del ambiente y el derecho al aborto.  

Hasta ahí todo entendible como desarrollo natural de procesos cuyo desenvolvimiento no debe sorprender a nadie. Pero Macron propuso modificar el espacio Schengen para controlar las fronteras externas ante la avalancha de inmigrantes, y reclamó que Europa se arme, “no para desafiar a otras potencias” sino para “asegurar su independencia en un mundo violento, sin depender de las decisiones de otros”.


Para completar, una referencia al caso de Ucrania, a la luz de la anhelada independencia estratégica con la que han soñado desde el General De Gaulle todos los presidentes de Francia, y la solicitud de un diálogo permanente y directo con Moscú, reiteran la aspiración a un protagonismo francés que evite que los europeos queden relegados a segundo plano y tengan que aceptar todo aquello que acuerden Rusia y los Estados Unidos. Potencias que como herencia de la guerra fría se consideran todavía con la exclusividad de esas definiciones. 

Con un presidente involucrado en tres procesos políticos entrelazados, así estratégicamente no haya anunciado su interés en la reelección, y una oposición que en la perspectiva de la primera vuelta lo tendrá como blanco principal de todas las críticas, en Francia se anuncia una campaña que ha de ser muestrario del fragor político propio de una democracia avanzada, con las virtudes y defectos de un modelo que, frente a otros, sigue siendo la mejor opción.



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