La maldita corrupción

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Para poder resolver un problema primero hay que entenderlo. Esto que es tan obvio parecen no entenderlo quienes aspiran a gobernar los destinos de Colombia. El debate entre algunos precandidatos organizado por El Tiempo y Semana la semana pasada sirvió para constatar que la complejidad de los problemas más apremiantes de Colombia le es ajena a los candidatos, y por esto siguen ofreciéndonos soluciones facilistas más propias de magos que de estadistas.

En el tema del narcotráfico, la gran solución de algunos candidatos es la legalización de las drogas, que como bien lo anotó el presidente Duque, nadie está pensando hacerlo, y por tanto, ofrecer una solución que no es viable es absurdo. Pero de todos los problemas tratados, quiero enfocarme en el tema de la corrupción, que según las encuestas es el problema que más preocupa a los colombianos.

El problema de la corrupción no se resuelve en cuatro años sino que toma por lo menos una generación; y esto bajo regímenes draconianos dictatoriales. Por ejemplo, piénsese en Chile y Singapur. En regímenes democráticos incipientes toma generaciones, así que ajustemos nuestras expectativas, y entendamos que las promesas que nos están haciendo todos los precandidatos son irrealizables.

La corrupción tiene componentes legales, morales, económicos –obviamente- y hasta biológicos. Es un tema de escasez de recursos y oportunidades en la sociedad y de quien los controla. El controlar los recursos asegura que sean distribuidos entre las personas cercanas a quien los controla, y lo que sobre con los demás.

Hay una relación inversamente proporcional entre desarrollo y corrupción. A menos desarrollo, más corrupción. No es casualidad que en Colombia las zonas más rezagadas sean las más corruptas. Entonces, la solución es el desarrollo, específicamente, crecer el sector el privado y reducir el sector público, de tal forma que abrumadoramente el creador de oportunidades sea el sector privado. Esto se reflejaría en un ciudadano que vota con preocupaciones comunitarias y no por motivaciones clientelistas o particulares; su empleo y bienestar no dependerían de quién controla el erario público. La corrupción es realmente un síntoma –que termina convirtiéndose en causa y creando un círculo vicioso-, y la mejor forma de combatirla efectivamente es atacando sus causas.

Botar a los corruptos o meterlos a la cárcel de nada sirve si no se transforma la estructura productiva y el contexto social. Simplemente cambiamos de corruptos, que es lo que ha sucedido en las últimas décadas. Las soluciones propuestas por los candidatos son de esta naturaleza represiva, y que por sí solas garantizan el fracaso.

Las herramientas legales para que sean efectivas exigen un estado fuerte, y en Colombia el estado es débil. Sin un estado fuerte es imposible moldear el comportamiento social y crear una nueva cultura. ¿Qué tan viable es fortalecer el estado colombiano en el corto plazo? Dificilísimo, pero es un frente que debemos trabajar sin descanso paralelamente con los otros.

Ahora bien, es imposible tener un estado fuerte sin una burocracia efectiva y eficiente ajena a los vaivenes e intereses políticos. Una burocracia competente y profesional, exclusivamente preocupada en hacer cumplir las leyes y actuar conforme a los intereses del país. Este es realmente el jaque mate a la corrupción estatal. Si este hubiera sido el caso, no se hubieran presentado los casos de Abudinen ni del asesor de la jefe del gabinete de Duque. Este punto puede trabajarse con relativa celeridad y sería un enorme paso adelante en la lucha contra la corrupción. Esto es importante para recuperar la confianza ciudadana en las instituciones.

Ser impoluto no es suficiente. Para que los candidatos tengan credibilidad deben presentarnos propuestas concretas sobre estos dos ejes: fortalecimiento del estado y desarrollo. Y dentro del primero, depuración de la burocracia. Lo demás es carreta.