Yo no escogí la guerra que me tocó vivir

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Los intentos por bloquear las aspiraciones políticas de Jorge Tovar Vélez con base en lo hecho por su padre, Jorge 40, demuestran lo lejos que estamos en Colombia de una verdadera paz y la hipocresía y doble moral a la hora de valorar los hechos y a las personas.

Les parece absurdo a los dueños de la moral que el joven aspirante lo haga por una de las curules asignadas a las víctimas del conflicto. El argumento es que por ser él hijo de un paramilitar no puede ser víctima. El título de esta nota fue su respuesta.

No encontré nada en la ley promulgada que diga que las victimas del lado de los paramilitares no lo son. Es una exclusión inventada. Hasta donde sé, el delito de sangre no existe y el hijo no tiene por qué pagar lo que hizo el padre.

El joven con argumentos sólidos explica por qué el si es víctima del conflicto y afirma que su calidad como tal fue acreditada. Según dice, su candidatura cumple con todos los requisitos legales, entonces no veo por qué se le quiere bloquear. Aun más, parece que ha dedicado parte de su carrera a trabajar por la paz y las víctimas.

Mancuso y yo coincidimos en la Javeriana en Bogotá en nuestros años universitarios. Mancuso era un joven costeño, alegre, con sueños y aspiraciones profesionales. ¿En qué momento se convirtió en un asesino? ¿Acaso alguien cree seriamente que Mancuso o que los hijos de algunos paramilitares, como el joven Tovar, no son víctimas también? Unos fueron empujados por las circunstancias a la guerra, y otros perdieron sus familias. Porque la verdad es que el fenómeno paramilitar tuvo una evolución y en sus inicios fue el hijo ilegitimo de un amancebamiento perverso: ausencia de estado y crueldad de la guerrilla contra la población civil.

El joven Tovar una víctima más de los falsarios de la historia. Si queremos algún día lograr la paz, tenemos que hablar con la verdad y no juzgar los hechos con una visión sesgada. Aunque la construcción de una memoria falsa y una justicia acomodada a esa falaz construcción den la impresión de avanzar hacia la paz, no hay tal sino todo lo contrario. Los ciudadanos renuncian a la venganza personal en un contrato social con la condición de que el estado haga justicia en su nombre, y cuando esto no sucede, se revierte a la ley del monte.

Es indecente creer que un guerrillero amnistiado que no ha pagado por sus delitos puede ser candidato presidencial, y que está bien darle curules a unos violadores de derechos humanos, pero que a un joven, que ciertamente es víctima y tiene una hoja de vida impecable, se le niegue la posibilidad de ser elegido democráticamente. Su único delito es ser hijo de Jorge 40, condición que es precisamente la que lo convierte en víctima del conflicto. Es perentorio reconocer las víctimas en todos los lados so pena de conspirar contra la paz.

¿Cuál es la lógica retorcida que justifica pensar que Jorge 40 es más asesino que Timochenko? Si algo, el primero ha pagado por sus crímenes mientras que el segundo no; por el contrario, lo premiaron con curul en el senado. Jorge 40 fue extraditado cuando se supo que delinquía desde la cárcel, mientras que a Santrich la JEP le facilitó la fuga.

Cuando el sentido de justicia -que es innato- es ofendido, los resentimientos se acumulan dando paso tarde o temprano a una espiral de violencia. Esto está sucediendo en Colombia. El proceso de paz de Santos a este paso y en el mejor de los casos resultará siendo una breve pausa a la violencia. Aunque valga anotar que pausa todavía no ha habido.