El hada libre del Panteón

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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



En medio del fragor de las migraciones, factor decisivo de procesos políticos nacionales y amenaza a la estabilidad de la Unión Europea, en París se celebró el ingreso simbólico de los restos de una mestiza, nacida en el extranjero, al Panteón que reúne los despojos de quienes han marcado el destino de Francia.

La hija de una lavandera negra y de un cantante callejero de ascendencia hispana que se dio a la fuga, convertida en estrella fulgurante de la vida francesa, reposa ahora al lado de Víctor Hugo y Voltaire. Su vida había comenzado en Saint Louis, Missouri, en 1906, en lo profundo de la discriminación. Josephine McDonald trabajó desde los ocho años en el servicio doméstico de una casa de blancos, bajo la advertencia de no besar al bebé que ayudaba a cuidar. Para entonces ya había visto la noche iluminada por los incendios de barrios negros, recuerdo imborrable que motivó su deseo de festejar la vida y amar sin fronteras.

Se casó a los 13 años, pero esa misma fuerza vital que la semana pasada reconoció el presidente francés al elevarla a los altares de su patria adoptiva, la llevó a abandonar un matrimonio de comedia e irse a realizar oficios auxiliares en comedias de verdad, donde aprendió secretos de bailarinas y cantantes a punta de observar. Hasta que se desató una cadena de fortuna que la llevó a París.

Lideró el Folies Bergère acompañada de un felino, y montó su propio espectáculo, mientras vivía una cotidianidad sin fronteras de vestuario, tono, movimiento, preferencias sexuales y miramientos discriminatorios. En cambio, fracasó al intentar volver a los Estados Unidos, donde las consideraciones raciales, que destiñen la democracia americana, la obligaron a regresar a Francia. En esa América retrógrada “el país estaba reservado a los blancos”, dijo, y “daba miedo ser negra porque para los negros no había lugar”.

Adquirió nacionalidad francesa al casarse con Jean Lion, un magnate azucarero en ocasiones víctima del antisemitismo, y se fueron a vivir al Castillo de Milandes, lugar de ensueño que más tarde adquirió, y del que se sintió hada tutelar hasta cuando, muchos años después, fue expulsada por el desorden de sus deudas de viuda vibrante y sin control, para entonces ya con doce hijos procedentes de diferentes países, adoptados en compañía de un nuevo esposo, Jo Bouillon, que formaban la “familia del arco iris”, como ejemplo de fraternidad universal.

Con la nueva guerra mundial, la “Venus de ébano” sin abandonar su oficio de bailarina, cantante y actriz, se salió de los afiches de fiesta y se adentró en acciones de compromiso con la resistencia. Como se movía en altos círculos de toda índole, llevaba y traía información para la causa, incluidos mensajes encriptados en las letras de sus canciones.

Además de agente del contraespionaje y colaboradora de la Cruz Roja, se alistó en el Ejército del Aire y desarrolló misiones en Europa, África y el Medio Oriente, que le merecieron que en Argelia el General De Gaulle le obsequiara una Cruz de Lorena en oro, que ella vendió para ayudar a las finanzas de la resistencia. Por todo eso, a la hora del triunfo recibió la Medalla de la Resistencia, la Cruz de Guerra, La Medalla conmemorativa de servicios voluntarios en la Francia libre, la Medalla conmemorativa de la Guerra 1939-1945, y la Legión de Honor.

Ni su vida artística, ni su militancia en la causa de la fraternidad universal, terminaron allí. Se distinguió en la Liga Internacional contra el Antisemitismo. Trabajó en la causa de los afroamericanos en contra de la segregación racial, por lo que tuvo que superar acusaciones típicas del macartismo. Quiso promover una organización antirracista en América Latina, para lo cual aprovechó su amistad con Eva Perón. Participó en eventos contra la dictadura de Batista en Cuba, a donde fue a dar en busca de la relación de sus canciones con la rumba, como lo había insinuado Alejo Carpentier.

En 1963 participó en la “marcha sobre Washington”, organizada por Martin Luther King, y en el Lincoln Memorial, vestida con su viejo uniforme del Ejército del Aire francés, pronunció un discurso vibrante en el que comparó el acceso que tenía a los recintos de los gobernantes del mundo, mientras, por su color de piel, no era admitida en hoteles de los Estados Unidos. Participó también en la Conferencia Tricontinental de La Habana, que celebró como espectáculo de un mundo en el que figuraran “todos los pueblos, todas las lenguas y todos los colores, la raza humana reunida en una sola familia”. De manera que jamás desaprovechó ocasión para tramitar su anhelo y su discurso en favor de un mundo sin discriminación. Y, en todas partes, fue reconocida como promotora de ese ideal.

Como no todo puede ser una suma interminable de virtudes, la otra cara de la moneda muestra a una mujer dotada de fuerza bienintencionada que no acata a manejar sus finanzas y disponer sabiamente de su fortuna, con lo cual queda claro el lugar secundario que el dinero ocupó en su vida. Así perdió no solamente su refugio de cuento de hadas, sino que tuvo que vivir angustias de las que salía siempre adelante con nuevas actuaciones, aclamadas hasta días antes de su muerte, a los 68 años, luego de haber sido objeto de adoración por modistos como Dior y Balmain, y “diamante azul” en las reuniones de la sociedad de París, que se volvió su patria para siempre. Brigitte Bardot y Grace de Mónaco la auxiliaron en los últimos años de su vida, cada una con motivos de solidaridad fraternal.

Regis Debray planteó hace años la idea de que Josephine fuese llevada al Panteón de París, y poco a poco creció el caudal de la acogida a esa idea, hasta que se sumó el presidente Macron, interesado en reiterar el compromiso de Francia con la libertad, la fraternidad, la igualdad, y el respeto por las condiciones particulares de los demás. Por eso en su discurso del 30 de noviembre dijo que Josephine no defendía un color de piel, sino que era portadora de una cierta idea del género humano y militaba en la causa de la libertad de cada quién; que su causa era el universalismo que unifica sobre la base de la igualdad.

Ahora, esa mujer excepcional, que aspiraba a ser hada en el paraje del castillo donde alguna vez vivió con su tribu de arco iris, lo será para todo un país que ve en ella un ejemplo de amor y de libertad.


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