Divorcio a la australiana (I)

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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Cada vez parece más claro que China es la nueva obsesión de los Estados Unidos. El problema es que esas obsesiones desatan procesos que, por lo general, no terminan bien. Por eso la idea de debilitar el pacto atlántico para fortalecer acuerdos en el Pacífico, con la novedad de “reclutar” a Australia y convertirla en abanderada de la contención de China en las aguas calientes del “Indo-Pacífico”, es una aventura de destino incierto.

El discurso de Scott Morrison, desde una pantalla en la Casa Blanca, con Boris Johnson del otro lado, presidente Biden de por medio, con motivo de la constitución de una nueva alianza tripartita para la seguridad en los mares de Asia y Oceanía, deja atrás la idea de esa Australia tranquila y aislada, con sus animales raros y sin enredos internacionales que pudieran preocupar a ciudadanos que ahora pasan a ser soldados de una alianza de aquellas que acostumbran a liderar los estrategas norteamericanos. 

El anuncio de ese pacto no solamente llama la atención por los desenlaces de sus objetivos, sino porque ha afectado severamente lazos tradicionales de los tres signatarios con sus aliados europeos, en especial con Francia. La inverosímil decisión australiana de anular un contrato, ya firmado y en desarrollo, con una de las más antiguas empresas francesas para la provisión de doce submarinos, y el anuncio, sin rubores, de su reemplazo por otros, de fabricación americana, movidos por energía nuclear, ha producido justa indignación en Francia, golpeada por la pérdida del “negocio del siglo”, y por “la traición del siglo”.

Por su parte, la OTAN y la Unión Europea han sentido en carne propia aquello de que los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses. Y no es para menos, al no haber sido informadas, advertidas o consultadas sobre la nueva alianza. Como si el modelo despectivo de Trump hacia ellas continuara vigente. Actitud coronada por la preferencia explícita hacia la Gran Bretaña, que con Boris Johnson se solaza en participar en todo festival que la separe de Europa.

Como si Francia fuera una república de esas que lo mismo quedan contentas si los Estados Unidos las tratan o las maltratan, Biden trató de darle una palmadita en la espalda al afirmar que “trabajará estrechamente con Francia”, como “aliado clave”. Afirmación torpe y vacía que ignora la tradición Gaullista, el orgullo republicano, el pensamiento, la experiencia y las ambiciones de talla mundial de los franceses. Johnson, por su parte, dijo que el pacto “no busca oponerse a ninguna otra potencia, sino que refleja simplemente nuestras relaciones estrechas con los Estados Unidos y Australia”. Comentario inocuo, típico de los que piensan que se puede decir cualquier cosa porque los demás no entienden nada. 

A quienes estén acostumbrados a una lectura atlántica de las relaciones internacionales les puede sorprender que los Estados Unidos privilegien ahora al Pacífico, donde en realidad tienen larga tradición de alianzas e intereses, y donde libran ya con China una confrontación de múltiples caras. Asunto del que se ocupó la vicepresidente Harris en su reciente gira asiática, continental y marítima, que para muchos pasó desapercibida.

Al faltarles al respeto a sus “aliados” tradicionales, Biden demuestra que está equivocado en la lectura de su propio slogan de “América está de regreso”. Con lo cual puede terminar cosechando dificultades y malquerencias, pues amigos, contradictores y escépticos, se van a preguntar sobre las proporciones de la confianza y la respetabilidad que el nuevo mandatario merece.



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