Theodorakis: gigante sin fronteras (I)

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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



El nombre de Mikis Theodorakis suena como parte de una frase musical. Xíos -Jíos- es una isla del norte del Egeo desde cuyos solares los gallos griegos cantan en la madrugada y se les escucha en la costa turca, que hace unos siglos era la costa griega de Anatolia, de donde San Basilio trae los regalos de navidad. Allí nació hace noventa y seis años el más conocido de los compositores griegos del Siglo XX, que acaba de morir para dar paso al recuento de su leyenda.
A comienzos de abril de 1985 Theodorakis llegó a Bogotá. Había recibido múltiples mensajes de un desconocido de nombre Belisario Betancur, que anhelaba presentar en la capital colombiana la versión musical que el maestro griego había compuesto para hacer sonar el “Canto General” de Pablo Neruda, símbolo de los anhelos libertarios de la América Latina tras siglo y medio de intentos de vida republicana. Aceptó la invitación, dijo a su llegada, no porque hubiera sabido que Betancur era presidente, sino porque se enteró de que era un conservador con alma de inconforme y aspiraciones de renovador.

El oratorio musical del Canto General, concebido a raíz de la amistad personal y política del compositor griego y el poeta chileno, coincidentes en la simpatía por las causas populares, se interpretó en el Teatro Colón y en el Jorge Eliécer Gaitán, dirigido por el mismo Theodorakis, con la Orquesta Filarmónica de Bogotá, el Coro Estable de la Escuela Superior de Música de Tunja y el Coro Polifónico de Cali. El ambiente de la presentación fue apoteósico por el valor simbólico de la obra, más fácil de seguir en el escrito de Neruda que en la versión musical, pues el desconocimiento los vericuetos de nuestra lengua separa en ciertos parajes los compases de la música de la distribución de los versos. Aunque por otro lado recuerda aquellos coros que en las tragedias clásicas acompañaban con diferente tono las vicisitudes de la trama.

Klety Sotiriadou, la traductora al griego de Gabriel García Márquez, que para entonces vivía en Colombia, sirvió de intérprete a lo largo de la visita del maestro. En los llanos orientales Theodorakis sintió el vértigo de verse perdido en una inmensidad diferente de la del mar, sacudido por el camino salvaje de las trochas, al punto que llegó a pensar que Betancur lo quería castigar con la experiencia salvaje de los pueblos campesinos de nuestra América, al hacerlo montar en un campero infelizmente pequeño para las proporciones de sus casi dos metros de estatura. En la Catedral de Sal de Zipaquirá, parte del programa organizado por el gobierno colombiano, pidió que lo sacaran cuanto antes de ese encierro. Soy un hombre de mar, clamaba; tengo la costumbre de mirar horizontes sin fin. En cambio, disfrutó del verdor inverosímil de la Sabana de Bogotá, dos mil seiscientos metros más arriba del nivel de su Egeo natal. Continua


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