La Real Academia Española y sus normas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Siempre hemos pensado que nuestro idioma no corre peligro en su integridad, por más que el uso descuidado de muchos hablantes atente contra su subsistencia. Esta sensación de confianza está basada en la certidumbre de que el lenguaje articulado tiene dos componentes de diferentes niveles: lengua y habla. Lo que modificamos es el habla, que usamos en forma particular.
La lengua, por su parte, es un sistema, un patrimonio de toda una comunidad; por eso no es fácil alterar su estructura con intentos individuales. Para velar por el buen uso de nuestro idioma se fundó en 1713 la Real Academia Española de la Lengua, en Madrid. La RAE funciona bajo un lema que infunde respeto: “Limpia, fija y da esplendor”. En los países hispanohablantes hay Academias de la Lengua que cumplen igual función.

En las academias mencionadas existen comisiones encargadas de investigar sobre el uso del lenguaje en diversas regiones de cada país. Cuando determinado uso es frecuente y se considera que los hablantes han asimilado su significado, la RAE lo acepta y recomienda su uso; muchos términos son acogidos bajo la clasificación de regionalismos. Pero conviene señalar algunas inconsistencias en las normas que a veces da a conocer la Academia y que, por su autoridad en materia lingüística, debemos acatar.

Arturo Pérez-Reverte, académico de la Real Academia de la Lengua desde hace casi veinte años, ha sido un asiduo crítico de ciertas determinaciones de la RAE. Su férrea posición es conocida, sobre todo por la defensa del término “solo”, adjetivo y adverbio que la Academia propuso usar sin tilde en todos los casos. Pérez-Reverte establece diferencias para el empleo de esta palabra: con tilde es adverbio, y adjetivo cuando no lleva esta virgulilla. Parece una discusión baladí. Sin embargo, la postura de la Academia permite acabar con una costumbre ya asimilada desde hace varios siglos; quienes distinguen entre tildar o no esta palabra y la escriben en el sitio correcto dentro del discurso, piensan que la antigua norma debe mantenerse. Lo cierto es que esta polémica con Pérez-Reverte lleva ya varios años. Preguntamos: ¿Qué gana la RAE al eliminar la tilde que nos permitía evitar una posible ambigüedad? ¿Por qué no actúa con igual criterio ante palabras como “se” y “sé”, “de” y “dé”, “el” y “él”, “quien” y “quién”, “donde” y “dónde” y muchas otras?

La posición de Pérez-Reverte da pie para que muchos hispanohablantes se sientan respaldados y se atrevan a controvertir las indicaciones de la RAE. Por ejemplo, hace pocos días leímos en un artículo de prensa la palabra “órsay”. El periodista la usó correctamente, con el sentido de “fuera de lugar”. La Academia la identifica como “sustantivo, adaptación creada a partir de la voz inglesa “off side”. Se escribe con tilde por ser una palabra grave que no termina en vocal, ene ni ese”. Nos parece una “descachada” de la RAE o de sus comisiones encargadas de averiguar usos entre los millones de hispanohablantes. Tal vez si propusiera “ófsay”, con la “f” del anglicismo, nos golpearía menos fuerte.

Tenemos la impresión de que la RAE últimamente ha sido laxa en el ejercicio de sus funciones. Parece haber abandonado el rigor que la caracterizaba en su empeño por conservar la pureza de nuestro idioma. Se nos ocurre citar como ejemplo la palabra “zasca”, aceptada por la Academia con el significado de “respuesta cortante, chasco, escarmiento”. ¿Usaremos alguna vez esta palabra en nuestra conversación? A veces la entidad rectora de nuestra lengua complica lo que era sencillo. Por ejemplo: remplazar el punto por un espacio en las cantidades de mil y otras unidades, no convence a nadie. Habrá que decir, como en la época de la Colonia: “Se acata pero no se cumple”.