A Santa Marta, en sus 496 años

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Escrito por:

Saúl Herrera Henríquez

Saúl Herrera Henríquez

Columna: Opinión

e-mail: saulherrera.h@gmail.com



Cumple nuestra bella ciudad este día 496 años de fundada por el Adelantado Don Rodrigo de Bastidas. Terruño este nuestro, donde converger deben presencia, pertinencia, plenitud de voluntades y propósitos comunes, en dirección a procurarle en manera abundante mejores logros y las más grandes satisfacciones, lo que en mora está que se suceda en su seno.

Debemos como hijos suyos, ser sustanciales con ella, ir a sus esencialidades, procurarle los más grandes progresos y a su gente las más de las prosperidades en integral bienestar. Hacerla grandiosa. Hacernos felices, prósperos, sedientos de gloria, vibrantes. Pensarnos y repensarnos con largo aliento. Encontrarnos y avanzar en lo fundamental. Identificar nuestras querencias. Ser conscientes de nuestras propias como verdaderas realidades y necesidades. Consolidarnos en lo bueno y mejor. Desechar lo perverso, pernicioso, retorcido y deshonesto. Desbordarnos en su beneficio y en el de todos quienes la habitamos. Entender que el tiempo sigue avanzando raudo y no podemos seguir dejando ver en nosotros rostros desvanecidos, sino siempre una actitud pujante, dispuestos a darlo todo por la ciudad. Nunca detenernos. Enarbolar banderas de voluntad, de decisión, de ejecución, y dejar claro un mensaje vivo y tenaz de ser lo que debemos ser, debimos haber sido y no como hasta ahora hemos sido sin cumplir con las expectativas de lo que tenemos que ser.

Caminar valerosos debemos los samarios todos en presuroso tropel de sanas ambiciones. Ser ese pueblo de sonidos trayendo el progreso a manos llenas y generosas, curtidas por la fatiga incansable e incesante del día con día, para así espantar los nubarrones que obstaculizan nuestro mejor andar en escenarios de esa sostenible como soñada prosperidad y definitivo goce, a fin de no continuar atrapados entre resplandores inclementes, como tampoco prisionero en redes de infortunio. Es hora ya de desafiar con altanería y de una vez por todas los embates de lo funestamente acontecido.

Debemos los samarios estar aquí y ahora en pie de lucha, sin importarnos los turbulentos, fuertes, crueles y desgarradores huracanes de adversas evidencias que no han dejado llegar como mereceríamos, las alegrías y consolidaciones mejores; de ahí que en adelante toque enfrentarnos en el tiempo y disponernos a superar decididos cualquier trágico designio que aparecer pudiera con sus fatales ocurrencias. No más permisiones. Aquí estaremos los samarios de gran bondad, noble corazón y alma grande, con la altivez del tallo erguido, firmes, enhiestos y con el fuego incandescente y creador para alumbrar esperanzadoras esperanzas sedientos de grandeza, invitando al éxtasis de los mejores logros y las más grandes realizaciones, para no seguir gimiendo cual cobardes ciudadanos de días sin bendiciones.

Invitarnos debemos estar los samarios a prestar la atención necesaria a todo cuanto nos concierna como ciudad por mínimo que ello sea. Hacernos inmensos. Crecer como riadas incontenibles. Ir a la verdad. Ser guerreros desafiantes sin reposo y con alma de tempestad desatada. Así deberemos estar en adelante, con la intacta entereza de sus valores más preciosos salvados de lo malo y peor de lo adverso.

No podemos dejar que le sigan cavando a nuestra ciudad tumbas de ignominia y prestos y dispuestos abalanzarnos a reencontrarnos y enaltecer nuestra identidad con la suspirante, optimista y confiada algarabía que alcanzaremos la superación definitiva. Es tiempo de subirnos a la ola creciente de los grandes logros. Entender que nadie hará por nosotros lo que no seamos capaces de hacer por nosotros mismos. Tenemos que caminar con prisa y con pausa, pero sin improvisaciones hacia objetivos superiores. Dejar atrás lo que no tenga para nosotros sentido verdadero. Se trata de apartar temores y avanzar a vencer las tempestades. No más luchas inútiles. No más creer en quienes no debemos. Es sepultar para siempre los despojos de las desafortunadamente inducidas como propias equivocaciones. Aquí debemos estar los samarios todos, superados, pujantes, seguros, con la esperanza acompañándonos y las realizaciones avanzando como redentoras banderas en el celeste firmamento.