La precaria situación de orden público en Colombia evidencia el delicadísimo momento que estamos viviendo. Situación que no ha mejorado a pesar de que la Reforma Tributaria fue retirada y a pesar de que el gobierno ha abierto espacios para el dialogo. Las acciones del gobierno fueron interpretadas por un sector de la oposición como un triunfo de ellos, y el creer que están frente a un gobierno débil y arrinconado, los anima a echarle gasolina al fuego.
Debemos aclarar que el retiro de la Reforma es triunfo de todos. Fue retirada no por presión de la oposición sino por el consenso mayoritario de los colombianos, el cual encontró eco en los estamentos políticos y empresariales. Pero el problema sigue ahí, y hoy parece haber consenso en que se necesita una reforma tributaria en la que solo los que tienen más aporten.
A la luz de los nuevos paradigmas mundiales y bajo la batuta de los nuevos dueños de la verdad, el gobierno colombiano ha sido criticado por excesos en el uso de la fuerza por parte de las autoridades. Este nuevo paradigma dicta que la violencia y la destrucción deben considerarse protestas pacíficas si hay una razón de fondo aparentemente válida. Hasta hoy, el Partido Demócrata en los Estados Unidos no ha denunciado el vandalismo que evidenciamos recientemente, y los medios han insistido en llamarlos protestas pacíficas. Por esto, no es de extrañar que la ONU y HRW y los medios internacionales le hayan caído encima al gobierno colombiano de la forma que lo han hecho, aun sin entender nuestra historia ni nuestra compleja realidad.
Los gobiernos deben dialogar con los que quieren dialogar y deben actuar con fuerza y determinación contra los delincuentes. Ahora bien, en Colombia ¿de qué quieren dialogar los que quieren dialogar? ¿Van a pedir cambiar el modelo de estado en medio de una crisis como la actual? ¿Quieren más concesiones imposibles que terminan siendo de papel? El dialogo debe limitarse a salir de la emergencia actual.
Las masas marchan a exigirle sus derechos a un estado incapaz de proveer efectivamente esos bienes sociales. De hecho, un estado que en muchas partes del territorio no es capaz siquiera de ejercer control territorial que es lo más básico. En este contexto de cosas, ser patriota y buen ciudadano no es salir a marchar para que me den, para exigir lo que no están en capacidad de darme. Muchos de los derechos en nuestra carta política son solo aspiraciones, y algún día llegaremos allá, pero antes del tiempo de los derechos es el tiempo de los deberes. Si queremos construir el país soñado tenemos que ser realistas y entender que hoy más que derechos tenemos deberes para que nuestros hijos y nietos tengan los derechos que nosotros no tuvimos.
Nadie duerme bajo techo sin antes haber construido la casa; el estado es igual. El problema radica en que a nosotros solo nos hablan de derechos y poco nos hablan de deberes y sacrificios, consecuentemente, somos una ciudadanía frustrada que sentimos que alguien nos está robando lo que se nos debe, cuando en verdad nadie nos debe nada. La realidad es que más que derecho al trabajo, el cual es equivocadamente entendido como que alguien me debe un trabajo, tenemos el deber de ganarnos el sustento honestamente, más que derecho a la educación, tenemos el deber de educarnos, aunque el estado no esté en capacidad de hacerlo y así sucesivamente.
Colombia saldrá del atolladero el día que entendamos que, para tener derechos de ciudadanos del primer mundo, antes tenemos que hacer muchos sacrificios y ayudar a construir un país y un estado de primer mundo. Y con toda seguridad, la vía no es la lucha de clases ni la violencia.