La tragedia de Cúcuta y Norte de Santander

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Escrito por:

Rafael Nieto Loaiza

Rafael Nieto Loaiza

Columna: Opinión

e-mail: rafaelnietoloaiza@yahoo.com

Twitter: @RafaNietoLoaiza


Hemos sido un país centralista, que se mira el ombligo y que tiene enormes dificultades para ver hacia los mares y las fronteras.
Apenas hace pocas décadas, con la elección popular de alcaldes y gobernadores y con la Constitución del 91, hemos reconocido que somos un país de regiones, diverso y multicultural. A pesar de los avances, las islas y los departamentos fronterizos siguen sufriendo la indiferencia y la distancia.

Pero esta reflexión tiene por eje central Norte de Santander, donde he estado varios días de esta semana. En el departamento confluyen todos nuestros males. Hay coca, mucha coca, 41.749 hectáreas en la última medición, y no uno sino todos los grupos armados ilegales y bandas criminales que atraviesan la frontera por las trochas, delinquen en Colombia y regresan al hermano país. Eso explica que Cúcuta registre la tasa más alta de percepción de inseguridad en el país, incluso por encima de Bogotá, que está hecha un desastre, y eso ya es mucho decir.

Venezuela fue el segundo destino de las exportaciones colombianas y el primero de no tradicionales. Con el boom petrolero, las ventas a Venezuela llegaron a USD $ 6.092 millones en el 2008. Pero desde 2009 la tendencia de las exportaciones al vecino se invirtió.

En los primeros ocho meses del año 2020, el comercio binacional sumó apenas USD $130 millones. La represión política del chavismo, la debacle de pobreza y miseria que trajo el socialismo del siglo XXI y la consecuente crisis migratoria del hermano país, obligó a Norte de Santander a mirar hacia Colombia y, por el otro lado, al resto del país a ver hacia Cúcuta y la frontera. Perder ese mercado ha sido un desastre para Colombia y, en particular, para Norte de Santander. Cúcuta es la tercera ciudad del país con peor desempleo, 23.7% y es la de mayor informalidad, con 72,9%.

Para aliviar la crisis, Duque prometió y cumplió con la constitución de una zona económica y social especial (Zese), con distintos beneficios como exención total del impuesto de renta por cinco años y cinco años más al 50%. Sumados a la zona franca ya existente, debería haber supuesto un flujo importante de inversión de empresas nacionales y extranjeras. Pero tal cosa no ha ocurrido. Apenas algunas empresas norsantandereanas han aprovechado las ventajas de la Zese y poco más.

Además de la pandemia, creo que hay al menos dos razones adicionales que explican el fracaso. Una, que la frontera esté cerrada. O, en estricto sentido, que el puente lo esté. Porque la frontera, porosa como ninguna, en realidad sigue abierta en decenas de trochas por las que pasan migrantes, bandidos, contrabando, narcotráfico, y en las que se hacen muy ricos los grupos ilegales que controlan los accesos.

De hecho, la frontera está abierta para todo menos para el comercio formal. Por eso no dudo en sostener que la medida principal para la recuperación económica del departamento, la creación de empleo y la disminución de la pobreza es la apertura total de la frontera. El cierre no le sirve sino a los ilegales.

La otra razón está en las enormes debilidades de la infraestructura de carreteras que tiene el Departamento y su desconexión con el resto del país. Transportar la mercancía desde Norte al resto del país y a los puertos es excesivamente costoso y le resta muchísima competitividad.

El Gobierno tiene que acelerar tanto como le sea posible las inversiones, los cierres financieros y la ejecución del corredor Pamplona-Cúcuta, las troncales del Catatumbo y Duitama-Pamplona, el puente Mariano Ospina sobre el río Zulia. Y, sobre todo, será vital poner en marcha el ferrocarril Tibú-Cúcuta-Convención-La Mata-La Gloria para conectar con el corredor La Dorada - Chiriguaná y con el río Magdalena.

Este tren no solo puede ser la respuesta más efectiva al problema de seguridad de la región, sino que permitirá movilizar hidrocarburos, minerales, aceite de palma y otros agrícolas, productos derivados de la arcilla, y las confecciones, en particular de jeans, y la zapatería, industrias en las que los norsantandereanos son líderes en el país por calidad y volumen.