Matar la gallina de los huevos de oro

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Hay noticias que causan sinsabores difíciles de superar a pesar de los múltiples intentos que hacemos para contextualizarlas y entenderlas en toda su dimensión humana.

Este es el caso de lo acontecido a un empresario argentino en Repelón, Atlántico, donde en dos días de robo y saqueo por parte de miles de pobladores, su emprendimiento fue destruido.  Ni las autoridades locales ni el servicio de vigilancia privada pudieron detener a la turba, asombrosamente integrada también por ancianos y niños.   

Lo sucedido en Repelón es similar a lo sucedido en Pueblo Viejo el año pasado y que dejó un saldo trágico de muertos. ¿Podemos justificar con el hambre y la pobreza semejante delincuencial oportunismo? Si decimos que sí, ¿entonces donde trazamos la raya?  ¿Sería entonces aceptable que un ladrón nos intimide en la calle y nos quite lo nuestro porque tiene hambre y es pobre?  La respuesta fácil es afirmar que no hay justificación y que esto es el resultado de la falta de valores.  Lo difícil, humanamente hablando, es esperar que alguien, ante lo que percibe ser una necesidad apremiante, haga lo “correcto”.  ¿Cuántas personas tienen la fortaleza de hacer lo correcto en las situaciones más difíciles?  ¿Estaremos pidiéndoles a otros que hagan lo que nosotros mismos no seriamos capaces de hacer?

Ahora bien, tanto en Repelón como en Pueblo Viejo fueron multitudes las que actuaron, y en estas situaciones de masas y turbas es muchísimo más difícil argumentar que se actuó por necesidad apremiante y no por descomposición social. Cuando intentamos justificar lo que no es justificable caemos en un relativismo que tarde o temprano hace agua; al final, el relativismo moral siempre conduce a la decadencia de las sociedades.  

Alguna vez escuché una historia en la que un empresario alemán creo una empresa en un país africano, y después de muchos años de esfuerzo y trabajo logró construir una empresa importante.  Conocido el éxito del empresario, no tardaron en llegar agentes corruptos del gobierno y grupos ilegales a chantajearlo y exigirle dinero.  El alemán no cedió y simplemente liquidó la empresa y se fue del país.  Así se malogran importantes oportunidades de desarrollo que generan empleo y mueven la economía y que en últimas rompen el círculo vicioso de la pobreza. 

El paralelo es claro con lo acontecido en Repelón, donde lo lógico hubiera sido que, ante el falso de rumor de abandono de la finca, los pobladores en vez de aprovecharse y comer gallina uno o dos días, hubieran hecho esfuerzos colectivos para preservar la integridad de la unidad productiva.  Destruido el emprendimiento, destruido el bien común que este empresario le aportaba a Repelón.  El egoísmo conspira contra el bien colectivo y mantiene situaciones indeseables.  

¿Qué hemos hecho mal como sociedad?  O mejor, ¿Qué es lo que no hemos hecho bien o qué es lo que nos falta hacer?  Con demasiada frecuencia somos testigos de actos egoístas y delincuenciales a todos los niveles de la sociedad, porque esto no solo se da en los sectores más vulnerables, que nos indignan.  En lo personal me suscribo a que la causa de este desmadre es la falta de valores.  Sé de países y sociedades con altos niveles de pobreza que no tienen estos problemas.  Además, si la excusa para ser delincuente es la pobreza, entonces ¿dónde dejamos a los pudientes que son delincuentes?  Los ricos también roban.  

Nuestra pobreza es causada en gran parte por la falta de valores, y Repelón y Pueblo Viejo son evidencia de ello.  Los valores son la base para combatir la pobreza y todos los problemas más apremiantes de las sociedades.  Sin valores es imposible desarrollar a las sociedades.



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