¿Qué ministro les sirve?

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Escrito por:

José Lafaurie Rivera

José Lafaurie Rivera

Columnista Invitado

e-mail: jflafaurie@yahoo.com

Twitter: @jflafaurie



¿Quién financia el vandalismo urbano? Los elenos reivindicaron su infiltración y está probada la de las disidencias farianas. ¿Y qué financia a elenos y disidencias? El narcotráfico.

¿Quién asesina líderes sociales y reclamantes de tierras? El ELN, las disidencias y demás mafias, es decir, el narcotráfico.

Narcotráfico rural y microtráfico urbano que nos devuelven a la vergüenza de ser el primer productor de coca del mundo, convertido además en país consumidor.

Durante el gobierno Santos y bajo la presión extorsiva de las negociaciones con las Farc, y también de los gobiernos socialistas de Venezuela y Ecuador, se prohibió la aspersión aérea con glifosato, se cayó la lucha contra el narcotráfico y el país pasó de 47.000 hectáreas de coca y bajando, a 210.000 y subiendo, hasta que el gobierno Duque detuvo esa tendencia.

¿Quiénes eran los responsables? Los ministros de Defensa de Santos, que incumplieron su misión constitucional, sin moción de censura por parte de los congresistas que hoy, reforzados por los que lograron curul gratis, persiguieron a Botero y hoy buscan acorralar a Trujillo porque no les gustó la forma como pidió disculpas, que tampoco le gustó a la politizada justicia.

No hay imperio de vigencia infinita

Si quieren perdurar, estados y naciones deben mantener al día las credenciales que les han dado vitalidad, solvencia y prestancia. A sus líderes, dentro y fuera del espectro de la vida política, les corresponde la tarea de mantener estándares del mejor nivel, promover su renovación y afrontar las mutaciones que conllevan los avatares de la historia, para no perder prestigio ni poder. Para no caer en la decadencia y correr el riesgo de la disolución. 

Mientras en el caso soviético las huellas del peligro se mantuvieron ocultas hasta el final, la situación contemporánea de los Estados Unidos muestra en público reiteradas señales de deterioro. Por tratarse de un país rico, enorme y complejo, al abrigo de instituciones más que bicentenarias, con los hilos del capital financiero y otras fuentes de poder en sus manos, como la de calificar la viabilidad económica de los demás, no es fácil saber qué tan lejos pueda estar de un colapso. Pero existen señales de decadencia que, en el orden interno, tienen el común denominador de la desigualdad social y la rebaja de calidad de la discusión política, y hacia afuera la pérdida de prestancia y capacidad de acción.

A pesar de las proclamas de un presidente exagerado, que se ufana del auge de los mercados bursátiles, poco a poco se ha hecho patente que el modelo económico “americano” va dejando atrás sectores sociales cuya redención resultaría imposible si se deja que obre impunemente la lógica brutal del sistema. De ahí la amplitud del apoyo qua ya en dos campañas presidenciales han tenido precandidatos demócratas, con sus denuncias en contra de la desigualdad y la injusticia económicas, secundados por una cauda creciente de ciudadanos bien educados. Cuestionamiento que puede ser señal de salvación, porque dejar todo como está acentuaría una brecha social que no hace sino ampliarse. 

Con motivo de la campaña presidencial, han salido a flote discusiones no usuales sobre aspectos básicos de una institucionalidad que muchos consideraban ejemplar, pero en realidad alejada de ser cabalmente democrática. Como las desigualdades raciales, que nunca han sido capaces de resolver. Como las diferencias de peso entre los Estados en el proceso de selección de presidente de la Unión. Y la precariedad del voto de los ciudadanos, que según el sistema indirecto conduce a que no proceso de mutaciones que sigue su propio curso, con la seguridad de que no ha habido, ni habrá, imperio con vigencia infinita.


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