El fútbol colombiano, entre la corrupción y la desorganización

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Escrito por:

José Noriega

José Noriega

Columna: Opinión

e-mail: jmartinnoriega@hotmail.com



“Ladran Sancho, señal de que cabalgamos” (Don Quijote de la Mancha)

Como si todo cuánto estuviera viviendo esta patria fuera poco y nada significativo, ahora se destapa una fétida situación relacionada con el fútbol profesional colombiano, en donde y en ambientes que rayan en la vergüenza, el ente rector de ese deporte se encuentra inmerso en una entorno que entre asco y dolor genera y exige a gritos un inmediato cambio que permita depurar este medio de tanto corrupto y proxeneta del deporte que se ha enriquecido a costas de manipular a un pueblo deportivo y deportista que sigue arrinconado en medio de tanta vagabundería, a la cual nadie pareciera querer mirar, ni mucho menos corregir.

Es tanta la mácula que cubre el fútbol profesional colombiano que es menester recordar el pasado cuando en 1989 fue asesinado el colegiado arbitral Álvaro Ortega, hecho que condujo a la cancelación en aquel momento del campeonato profesional de fútbol en medio de un lodazal de dineros mal habidos que lograron permear ese deporte, en condiciones similares a las que se están viviendo ahora, todo ello gracias al furor que los medios de comunicación, -con esos falsos y mentirosos profetas-, han inventado a una afición, hasta convencerlos y hacerles creer que tenemos un campeonato profesional de primera categoría, -según dicen ellos-, comparable con las mejores ligas del mundo, cuando ello no es más que un sofisma de distracción para mezclar y revolver cuántas porquerías se le ocurre a esos magos y mendaces de la dirección y administración de unos turbios dineros, -muchos-, a los que nadie puede auditar ni controlar, y ellos siguen haciendo lo que les viene en gana, en la cara de todos, mientras el estado y el respectivo gobierno parece un convidado de piedra, cuando debería ser lo contrario, en razón a que los escenarios son estatales y no de esos equipos.

El caso más reciente y que tiene a la sociedad y al mundo futbolístico indignado en Colombia es la sanción que impuso la Superintendencia de Industria y Comercio con una millonaria multa a la Federación y a algunos de sus directivos por haber instaurado un perverso esquema para revender las boletas durante las eliminatorias para el Mundial de Fútbol de Rusia 2018, mecanismo durante el cual engañaron a miles de aficionados que creyeron en la transparencia y pulcritud de las reglas del juego y se plegaron a esas prácticas corruptas para adquirir las boletas vía internet, de donde se repartieron entre ellos miles de millones de pesos.

Esta pestilente acción tiene contra las cuerdas al presidente de la Federación, Ramón Jesurún, al punto que todo parece indicar que de ahí se desprenderán consecuencias penales en su contra, sobre todo si tenemos en cuenta que están en la mira de la justicia internacional, tal como ocurre con su antecesor, Luis Bedoya, quien hoy funge como colaborador de la justicia americana en el denominado caso “Fifagate”, entregando información clave sobre las prácticas corruptas que hacía con sus antiguos compañeros de la Conmebol, hecho sobre los cuales varios de ellos están respondiendo ante la justicia, con lo que se despedazó aquella costumbre de que a la Fifa no la tocaba nadie, razón por la cual hacían lo que les venía en gana y terminaron convirtiendo esa cofradía en un cartel de mafiosos que atiborraron sus alforjas con los dineros provenientes de eso que denominan deporte de las multitudes.

Todas estas porquerías de los directivos del fútbol deben ser razón más que suficiente para que el gobierno meta en cintura a la Federación, que vigile y audite sus cuentas e ingresos, que se acabe la Dimayor, y que los corruptos devuelvan los dineros y sean sancionados de manera ejemplar.


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