La era de los biocombustibles

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Todavía creo que es exacto decir que la economía del mundo está construida sobre barriles de petróleo, y es por eso, que los ciclos económicos están íntimamente ligados a su precio.

A pesar de todos los inconvenientes que resultan del uso de esta forma de energía, todavía sigue siendo muy atractiva porque incluso hoy, en términos reales, es muy barata.

Sin embargo, las implicaciones geopolíticas han obligado a que se busquen fuentes sustitutas o complementarias, que limiten seriamente la habilidad del petróleo y de los países productores, de poner en jaque a las economías del mundo, como ya sucedió en el siglo pasado en los setenta.

Esto ha llevado, a que Brasil, el Coloso del Sur, haya desarrollado desde hace décadas programas que sustituyen el petróleo por biocombustible.

De hecho cuando los precios del petróleo se comenzaron a disparar llegando a los 150 dólares el barril, la economía brasilera poco lo sintió por tener baja dependencia del petróleo.

Este podría decirse que fue el punto de quiebre que le dio relevancia y justificación definitiva a las políticas que propenden por el uso de fuentes de energía renovables, entiéndase biocombustibles. Estos últimos se usan como sustitutos totales o parciales del petróleo.

El consenso es que por ser los biocombustibles renovables, cuentan con ventajas importantes e inherentes frente al petróleo.

Además se aduce, aunque ya cada vez menos, que es más limpio que el petróleo.

Como era de esperarse, el nuevo dogma, ha creado toda una industria a su alrededor, y Colombia, que no podía ser la excepción, se montó en la producción de biocombustibles.

En la era Uribe, se decidió que Colombia tenía ventajas comparativas en la producción de biocombustibles, y desde entonces se han hecho esfuerzos significativos en darle impulso a tan próspera y prometedora industria.

En el Magdalena, nuestros cultivadores de palma africana se volcaron a destinar la mayoría de la producción palmera a la producción de biodiésel. Por el manejo mismo de la palma, se construyeron plantas procesadoras, y hasta aquí todo parece una historia de felicidad porque hasta el momento ha sido un gran negocio. Por fin el Magdalena encontró una nueva bonanza, dicen por ahí.

En otras latitudes, se destinan grandes producciones de maíz y caña de azúcar a la producción de etanol, y así sucesivamente.

Creo que estamos en uno de esos puntos en que la lógica del mercado y la lógica financiera van en contravía de aquella lógica económica basada en principios éticos. El agricultor tiene en el presente frente a sí dos opciones: una muy rentable, la de los biocombustibles, y otra no tan rentable, pero ética, destinación alimentaria y cosmética.

Es por demás claro, que la renovabilidad de los biocombustibles, termina por convertirse en su mayor virtud y su mayor defecto porque cualquiera que sea la destinación de la tierra, tendrá un costo de oportunidad y las famosas externalidades.

Lo cierto es que en la medida en que los recursos del planeta son cada vez más escasos, el costo de oportunidad demanda una responsabilidad ética que no debería ser derogada arbitrariamente por la sola lógica de la rentabilidad.

Esta última debería ser una de las consideraciones al momento de hacer la valoración, pero no la única.

Tal vez llegará el día en que habrá consenso mundial alrededor de la idea de que la tierra productiva, por fuerza de ley, deberá tener una función social en aras de garantizar la supervivencia de la humanidad.

Intuitivamente hay algo visceralmente equivocado en destinar la tierra y sus producidos a obtener combustibles y no a nutrir a las personas.

Máxime, cuando escenarios como los comentados en mi artículo anterior sobre África, ponen de presente que la humanidad está perdiendo la capacidad para alimentarse a sí misma.

Obtener la energía de fuentes renovables, sigue siendo una buena idea, por ejemplo de las basuras, como algunos científicos plantean, pero en mi opinión no lo es el usar la tierra y sus cultivos para eso. Entre otras cosas porque el crecimiento exponencial del uso de biocombustibles lo hacen insostenible. Tendríamos que dejar de comer para echarle etanol o biodiésel al carro.

Anticipo que este es un dogma que no tendrá larga vida, o al menos eso espero, y que será visto en el futuro como lo que siempre ha sido, una gran equivocación.