En el país de Popeye

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Que los peores crímenes de la humanidad se han cometido a nombre de Dios o de ideas muy nobles no es nuevo.
En la lucha por lograr la igualdad socio-económica y una sociedad sin clases, naciones han perdido su libertad y han sido esclavizadas por dictaduras infames. Los dos grandes ideales de la Revolución Francesa: libertad e igualdad –tomados del cristianismo- en su forma más pura se excluyen mutuamente.

Y en la lucha sin cuartel por lograr la “igualdad” de género, los derechos naturales inviolables de millones de seres inocentes han sido vulnerados de manera grave: millones de seres humanos han sido, y siguen siendo, abortados cada año. Un genocidio de estado, de la civilización, como no ha existido otro en toda la historia de la humanidad.

El aberrante caso que se presentó en Colombia recientemente en donde una mujer con siete meses de embarazo abortó a su hijo no solo debería horrorizarnos -a los siete meses el bebe es viable- sino que además prueba lo bajo que ha caído la humanidad. Argumentan unos intentando justificar lo ocurrido, que da lo mismo si se aborta a los poquitos días o a los siete meses. El mismo argumento sirve para oponerse: da lo mismo a los poquitos días, a los siete meses o a los veinticinco años. Por la vía del argumento pro-aborto, podríamos decir que el homicidio es simplemente un aborto extemporáneo.

Estamos en una sociedad tan confundida, que mientras el país se escandalizaba por las declaraciones de un general sobre el sicario Popeye, considerado un temible asesino, a pocos les causa indignación o escandalo un aborto a los siete meses. Lo que diferencia a un Popeye de los que participan en el aborto es simplemente una ficción legal. No hay ninguna otra diferencia en cuanto a la valoración moral y ética de ambos actos. Muchos médicos abortistas son más criminales que Popeye, y esta es la verdad.

Antes de que el homo fuera sapiens, las mujeres parían. La maternidad ha existido desde siempre y concepción y gestación de la vida también, de hecho no son exclusivos de la especie humana, mientras que las construcciones mentales, esas que llamamos derechos, civilización, cultura, entre otras, son convenciones de surgimiento reciente, y cambiantes. Los derechos solo existen en la mente de los hombres, pero la vida existe y existirá con o sin los hombres.

La humanidad debe reflexionar, incluido nuestro país, sobre el estado del hombre. El superhombre que deambula hoy por el planeta es un ser mezquino y despreciable que está destruyéndose a sí mismo, y con el todo lo que encuentra a su paso.

Por esto no me produce ningún sentimiento el tal calentamiento global. Dicen alguno que matara millones, pues ya con el aborto ya lo estamos haciendo. Es más, dicen algunos que hay que abortar más para salvar el planeta. Si este es el caso, hay que matar millones de los que están vivos que son los que están contaminando el planeta y no los que no han nacido.

La mayoría de los hombres hoy, somos los nuevos Noés a quienes nos han robado el arca, el arca de la Fe en Dios. El nuevo diluvio se llama calentamiento global, pero sin el arca de la Fe, no tenemos donde salvarnos. Vaya ironía, el superhombre no puede salvarse a sí mismo y naufraga en su propio miedo ante la inevitabilidad de su intrascendencia, del nihilismo físico.

Para los que creemos, nuestras esperanzas descansan en el Ser Supremo; somos conscientes de nuestro peregrinaje temporal. No le apostamos a la eternidad de lo terreno y vivimos preparados para afrontar nuestra trascendencia en y a la eternidad. No tenemos miedo.Que los peores crímenes de la humanidad se han cometido a nombre de Dios o de ideas muy nobles no es nuevo.  En la lucha por lograr la igualdad socio-económica y una sociedad sin clases, naciones han perdido su libertad y han sido esclavizadas por dictaduras infames.  Los dos grandes ideales de la Revolución Francesa: libertad e igualdad –tomados del cristianismo-  en su forma más pura se excluyen mutuamente.  Y en la lucha sin cuartel por lograr la “igualdad” de género, los derechos naturales inviolables de  millones de seres inocentes han sido vulnerados de manera grave: millones de seres humanos han sido, y siguen siendo, abortados cada año.  Un genocidio de estado, de la civilización, como no ha existido otro en toda la historia de la humanidad.  El aberrante caso que se presentó en Colombia recientemente en donde una mujer con siete meses de embarazo abortó a su hijo no solo debería horrorizarnos -a los siete meses el bebe es viable-  sino que además prueba lo bajo que ha caído la humanidad.  Argumentan unos intentando justificar lo ocurrido, que da lo mismo si se aborta a los poquitos días o a los siete meses.  El mismo argumento sirve para oponerse: da lo mismo a los poquitos días, a los siete meses o a los veinticinco años.  Por la vía del argumento pro-aborto, podríamos decir que el homicidio es simplemente un aborto extemporáneo.Estamos en una sociedad tan confundida, que mientras el país se escandalizaba por las declaraciones de un general sobre el sicario Popeye, considerado un temible asesino, a pocos les causa indignación o escandalo un aborto a los siete meses.  Lo que diferencia a un Popeye de los que participan en el aborto es simplemente una ficción legal.  No hay ninguna otra diferencia en cuanto a la valoración moral y ética de ambos actos.  Muchos médicos abortistas son más criminales que Popeye, y esta es la verdad.Antes de que el homo fuera sapiens, las mujeres parían.  La maternidad ha existido desde siempre y concepción y gestación de la vida también, de hecho no son exclusivos de la especie humana, mientras que las construcciones mentales, esas que llamamos derechos, civilización, cultura, entre otras, son convenciones de surgimiento reciente, y cambiantes.  Los derechos solo existen en la mente de los hombres, pero la vida existe y existirá con o sin los hombres.La humanidad debe reflexionar, incluido nuestro país, sobre el estado del hombre.  El superhombre que deambula hoy por el planeta es un ser mezquino y despreciable que está destruyéndose a sí mismo, y con el todo lo que encuentra a su paso.  Por esto no me produce ningún sentimiento el tal calentamiento global.  Dicen alguno que matara millones, pues ya con el aborto ya lo estamos haciendo.  Es más, dicen algunos que hay que abortar más para salvar el planeta.  Si este es el caso, hay que matar millones de los que están vivos que son los que están contaminando el planeta y no los que no han nacido.La mayoría de los hombres hoy, somos los nuevos Noés a quienes nos han robado el arca, el arca de la Fe en Dios.  El nuevo diluvio se llama calentamiento global, pero sin el arca de la Fe, no tenemos donde salvarnos.  Vaya ironía, el superhombre no puede salvarse a sí mismo y naufraga en su propio miedo ante la inevitabilidad de su intrascendencia, del nihilismo físico.  Para los que creemos, nuestras esperanzas descansan en el Ser Supremo; somos conscientes de nuestro peregrinaje temporal.  No le apostamos a la eternidad de lo terreno y vivimos preparados para afrontar nuestra trascendencia en y a la eternidad.  No tenemos miedo.