La inminencia del regreso de la fumigación con glifosato ha colocado nuevamente sobre la palestra el tema de la legalización de las drogas como solución al problema del narcotráfico. Rios de tinta, pero mayormente de sangre, han sido derramados en este país por décadas por causa del flagelo del narcotráfico, cuya omnipresencia e influencia en todos los aspectos de la vida de los colombianos es innegable.
Una columna más a favor o en contra aportaría poco al debate, y por esto decidí ficcionalizar cuáles serían las consecuencias más probables en el corto y mediano plazo de legalizar las drogas en Colombia. Se da por descartado que de actuar solos, recibiríamos el rechazo y la condena de la comunidad internacional, así que para efectos del ejercicio, presumamos que fue legalizada globalmente.
El primer efecto sería que los países con ventajas comparativas para estos productos, deforestarían bosques y muchos agricultores abandonarían los cultivos tradicionales para sembrar la base de los sicotrópicos. Como todo cultivo legal, probablemente el negocio pasaría a manos de grandes terratenientes y multinacionales, marginando de la producción a quienes hoy la manejan. Se cambiarían los cárteles de ahora por otro tipo de cárteles. Probablemente se produciría una sobreoferta que haría que los precios caigan y muchos productores quiebren. En otras palabras, sería un commodity más, producido mayormente en el tercer mundo.
El segundo impacto es que el tercer mundo produciría menos alimentos mientras se da un ajuste en la oferta exportable, y consecuentemente, los precios de los alimentos se dispararían y quizás sería necesario importar alimentos y no necesariamente en términos de intercambio comercial favorables. Esto impactaría negativamente la canasta familiar y los niveles de pobreza.
Tercero, la deforestación de los bosques afectaría las fuentes de agua, y las especulaciones sobre esto van desde lo apocalíptico a lo trágico. Cualquier escenario resultante sería malo. Con toda seguridad el pulmón más grande del mundo, El Amazonas, casi que desaparecería en menos de veinte años. El efecto nocivo sobre las especies animales y el ecosistema sería aterrador.
Cuarto, tendríamos una crisis de salud pública global, pero que se sentiría peor en el tercer mundo porque los gobiernos no tienen soberanía plena del territorio y mucho menos tienen las herramientas para lidiar con la adicción a las drogas a gran escala. El estado tendría que dedicar enormes recursos a lidiar con el problema de salud y a lidiar con el aumento desbordado de la criminalidad. El impacto a nivel sociedad es muy diferente en el mundo desarrollado, donde el estado tiene mayor capacidad para responder a este tipo de retos, a lo que sería en el tercer mundo. En nuestro medio, nos convertiríamos rápidamente en una nación de adictos con todas sus consecuencias.
A nivel social, confrontaríamos una sociedad donde las familias se destruirían a una velocidad acelerada. El uso de sicotrópicos por niños y jóvenes se dispararía. Nacimiento de niños adictos y con malformaciones, aumento de las enfermedades de contagio sexual o por compartir jeringas, ausencias laborales disparadas y su impacto en la productividad del país, violencia intrafamiliar, y como si fuera poco, demandas y denuncias por doquier que harían aún más difícil la situación de nuestro ineficiente sistema judicial. Necesitaríamos más cárceles e instituciones siquiátricas, y colegios equipados para lidiar con estudiantes con problemas de aprendizaje y comportamiento, y sin duda la indigencia se dispararía: la nación Bronx o Cartucho.
Estos son solo algunas de las consecuencia, pero ciertamente que hay muchas más y a muchos niveles de la vida social. ¿Estamos realmente preparados para estos escenarios? Es que la legalización de las drogas tiene un efecto dominó que quienes abogan por ella no se han detenido a considerar. El análisis que generalmente hacen es groseramente incompleto y reduccionista y por esto están dispuestos a abrir la caja de Pandora de la legalización. Sin duda quienes defienden la legalización tienen las mejores intenciones, pero no han entendido a cabalidad las consecuencias de lo que piden, porque si lo entendieran o no la pedirían o serían suficientemente sensatos para pedirla solo después de que el país y el mundo estén preparados para manejar efectivamente todos los problemas derivados de la legalización. Hoy, abogar por la legalización es populismo puro.