De cara al debate electoral del 2018, las partes han comenzado a mostrar sus cartas. El abanico de los presidenciables aún es confuso. Parte de la confusión se debe al resquebrajamiento de la Unidad Nacional y a que hoy es evidente que esa colcha de retazos cumplió su ciclo. Un partido de oportunismo y oportunistas, como el de la U, es una desgracia para cualquier democracia. Hay que estar desquiciado para querer ser el candidato del partido de la U, y como desquiciados no faltan, hay un par de voltiarepas lenguaraces disputándose el privilegio.
En la obertura de esta parodia criolla, sorprende que algunos de los candidatos que se consideran de centro-derecha o derecha, y que se empalagaron con las mieles de la mermelada de Santos, tengan como caballito de batalla oponerse a los acuerdos de La Habana.
Los que dicen que el acuerdo es reversible, o pretenden engañarnos, o más preocupante aun, su sentido de la realidad está seriamente alterado porque el acuerdo de La Habana no es reversible para el Estado colombiano. Este es un tema que ya dejó de ser doméstico y hoy tiene connotaciones internacionales importantes, que colocan en jaque la capacidad y poder de manipulación de cualquiera de los grandes de nuestra selva política.
¿Por qué creen que le dieron el Nobel a Santos? Era irrelevante si se lo merecía o no, esto es trivial discusión de coctel. La estrategia detrás del premio consistía en darle al proceso de paz connotación internacional y blindarlo de la pequeñez y miopía de nuestras inacabables rencillas políticas. Darle el Nobel a Santos garantizaba que la negociación de La Habana tuviera un permanente defensor de oficio de peso internacional. Sin el Nobel, Santos habría caído rápidamente en la irrelevancia y su única iniciativa exitosa hubiera sido irremediablemente destrozada. El Nobel le dará a Santos, ya como expresidente, la estatura y poder necesarios para proteger lo acordado.
Así las cosas, los colombianos esperamos que los candidatos pasen la página y se enfoquen en lo que realmente nos importa a todos. No queremos escuchar más que Colombia va por el camino de Venezuela. Lo que esperamos los colombianos son propuestas de políticas públicas que generen empleo de calidad y solucionen los temas de la salud, educación, seguridad y corrupción.
Que nos digan cómo van a diversificar la economía colombiana y como el PIB va a crecer por encima del 6% anual, y como vamos a agregarle valor a nuestra cadena productiva. Que nos expliquen cuales son las reformas estructurales que van a implementar para fortalecer las instituciones y la economía, y cuáles son las estrategias para meter en cintura el problema del narcotráfico. ¿Cómo van a fortalecer al sector empresarial y reducir el asistencialismo estatal? Queremos saber cómo el próximo presidente va a mejorar nuestras vidas y las de nuestros hijos.
Al próximo presidente le corresponde asegurarse de que los desmovilizados de todos los sectores del conflicto se sumen al proceso de construir país, y que no se conviertan en parásitos de los contribuyentes. El próximo presidente tiene el deber de garantizar que los reinsertados no se conviertan en una amenaza para la seguridad por cuenta del sicariato desempleado; las estrategias de prevención van más allá de las policiales. ¿Cuáles son estas estrategias?
Que ahora no nos salgan con el cuento de que lo qué queremos y necesitamos los colombianos –mayormente citadinos dicho sea de paso-, no es posible por culpa de lo pactado con las Farc. Me resisto a creer que nuestros líderes son tan limitados, que su mayor virtud consiste en emular a Chicken Little y pasársela asustando a la gente con el cuento de que el cielo se está cayendo. ¿Será que un mensaje apocalíptico es la estrategia que conduce a la victoria?
Ganará el candidato que logre sintonizarse con los anhelos de los colombianos, que ya estamos cansados de tantas y tan malas noticias. Estamos hastiados de la corrupción institucionalizada y de tanto mandatario incompetente. Los colombianos necesitamos creer que con el próximo presidente nos va a ir mejor. Necesitamos un mensaje optimista y creíble. Queremos un presidente capaz de devolvernos la esperanza.