El confucianismo, la confusión y las instituciones colombianas

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

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Confucio era un filósofo chino del Siglo VI A.C. que estableció una serie de doctrinas, creencias y prácticas religiosas que fueron la base de la filosofía y el gobierno chino por siglos. El orden en el cosmos, el orden natural y el orden social era sus baluartes. Por ello, las cosas debían llamarse de la manera correcta y ser lo que en realidad era. Un Rey era legítimo, y se denomina Rey y no usurpador, no solamente porque obtenía su mandato de manera legítima, sino también porque se comportaba como Rey, de manera justa y armónica con el orden natural y social y, si no lo hacía, no podía ser llamado Rey sino usurpador.
Así, para el confucianismo, si un Rey trasgredía el orden natural y social y se comportaba de manera inarmónica e injusta, se presentarían serías consecuencias, como la ruina del país y del pueblo. De esta manera, al perder el Rey legitimidad, debería ser depuesto antes de que ocurrieran consecuencias catastróficas. Esto que no suena sencillo, en efecto lo es. Lo blanco es blanco, lo negro es negro, lo bueno es bueno y lo malo es malo, sin tanto eufemismo y palabras políticamente correctas. Para otros, como en algún momento lo indicó una reina de belleza, Confucio inventó la confusión. La confusión, sin embargo, por todo lo que está pasando en este país, se la inventó el gobierno Santos. En la actualidad existe una confusión institucional sin precedentes. El legislativo, no legisla, sino que sirve de notaría. Se despojó voluntariamente, en contra de lo que dicta su propia razón existencial, de parte del proceso legislativo con el “fast track”, mecanismo que implementará de manera rápida e irresponsable los famosos acuerdos de La Habana y todo lo que de paso se le ocurra al gobierno. Las Cortes se encuentran plegadas al ejecutivo, por lo que han brindado ayudas a la gestión gubernamental dando legitimidad jurídica a tan espurio mecanismo. Las “ias” de control, la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría hablan mucho y hacen poco, aun cuando ahora último, con el cambio de Fiscal, tenemos una Fiscalía más activa y que le da a moros y a cristianos. La constitución ya no es la norma de normas, sino un apéndice de los acuerdos de La Habana. Así, los tres gobiernos futuros que resulten elegidos por la voluntad popular ya no gobernarán con sus plataformas e ideales, sino que tendrán que gobernar para implementar los acuerdos. Y por si todo esto fuera poco, la voluntad popular expresada en un plebiscito no importa y, con el silencio cómplice de muchos, fue irrespetada y cercenada. Lo que tenemos entonces en Colombia es una verdadera confusión institucional que implicará graves retrocesos en el Estado de Derecho y la democracia. Ese es el legado del Presidente Santos, conseguir la paz a cualquier precio, sin importar como queda la casa después de la fiesta, de manera inarmónica, al no concertar con el grueso del país, y sin bases sólidas para su sostenibilidad. Afortunadamente, existe aún la opción de enmendar en el 2018. Para Confucio, un gobernante trasgrede el orden del cosmos, el orden natural y el orden social, y por ello el mandato del cielo, cuando gobierna de manera equivocada, inarmónica e injusta y, aun cuando haya sido elegido de manera legítima, se vuelve ilegítimo por su proceder. En nuestro país eso ha pasado con Santos, conforme a que ha gobernado para 6.000 terroristas, de manera inarmónica, no concertada y trasgrediendo el orden institucional, lo cual traerá la ruina del país y del pueblo. Santos gobierna a espaldas de la voluntad popular -los índices de favorabilidad y aceptación así lo indica-, y por ello ha perdiendo legitimidad, como también la han perdido sus colaboradores. La solución es derrotarlos y deponerlos en las elecciones del 2018, dentro de la legalidad, y recomponer el camino antes que ocurran más consecuencias catastróficas.


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