Los toros, la costumbre y los derechos

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

e-mail: jplievano@outlook.com



Todo parece indicar que la temporada taurina 2017 será la última en Bogotá y en el país. La presión de unos pocos, acompañados con actores políticos de izquierda, va a desembocar en una prohibición para las corridas de toros. Así, la Corte Constitucional, adjudicándose funciones del legislador, o el mismo legislativo terminarán prohibiendo esta costumbre centenaria. No es de recibo un ataque hacia la tauromaquia indicando que no es arte y cultura. Para algunos, la tauromaquia es bárbara, vulgar, inhumana y obscena y por ello no es arte ni cultura. Realmente, arte no es más que una expresión humana hecha realidad con recursos sonoros, plásticos o lingüísticos y la cultura no es más que las expresiones sociales, como la vestimenta, las costumbres, la comida, la música, etc.
A simple vista, se debe concluir que las corridas de toros son arte y cultura. Así, el meollo del asunto no es sí la tauromaquia es arte y cultura. El asunto es sí la tauromaquia gusta o no y sí, dada la coyuntura del siglo XXI, esa expresión de arte y cultura debería prohibirse. Como argumento adicional, para prohibir la tauromaquia, los animalistas creen y reivindican la idea de que los animales tienen derechos y por ello no se pueden someter a tratos inhumanos. Es decir, pretenden aplicarles tratos humanos, o por lo menos más humanos, a los animales. Respecto al primer punto, la tauromaquia es parte fundamental de nuestra historia y costumbres españolas. Cada pueblo español y americano adoptó diferentes festejos, como las corralejas y capeas, las corridas de toros, las peleas de toros, el toro en llamas y el toro y el cóndor, etc. Algunas de ellas se mantienen, otras están en decadencia. Pero por burdas y bárbaras que parezcan son parte de nuestra cultura, europea e indígena, herencia que no podemos negar ni menospreciar. En este contexto, como expresión legítima cultural, como parte de nuestras costumbres y patrimonio inmaterial, sería totalmente abusivo que con la óptica de los nuevos tiempos y de los animalistas se decida prohibir las expresiones culturales tradicionales. La prohibición o modificación sería un abuso intolerable, que socavaría la libertad de aquellos que gustan de la fiesta brava y que ven en ella arte, cultura y tradición. De hecho, las corridas de toros van más allá de lo que se ve en el ruedo. Ellas comportan un sin número de intangibles, como la cría del toro bravo (que no existiría si no fuera por las corridas), los vestidos, la comida, la música y el trabajo para quienes viven de ello. Todo esto sin contar que una corrida de toros representa en sí misma la más pura expresión de la tragedia humana, en el vilo íntimo de vida y alegría y muerte y sufrimiento. Además, nada más civilizado, ordenado y legalista que una corrida de toros, donde todo está regulado, todo tiene un puesto y todo tiene una razón de ser. Finalmente, no se puede negar que el toro sufre. Claro que sí. No lo dudaría por un momento. Pero el gozo del aficionado no es el sufrimiento del toro, al que se quiere su muerte rápida y sin dolor, pero con lucha. El gozo está en el baile del toro y el torero, en la lucha de los dos, para finalmente llegar al sometimiento del animal, que se respeta y se quiere dominar, pero se hipnotiza y muere fiero, sin entregarse. Esto es difícil de entender. Al que no le guste, pues que no vaya. Finalmente, si queremos evitar el sufrimiento animal, el racero debe ser el mismo. Sufren los animales de laboratorio que se someten a experimentos para el “egoísta e inhumano” deseo de encontrar curas para nuestras enfermedades. Sufren los gallos en las peleas. Sufre la langosta al ser cocinada viva para ser saboreada y los pollos, los cerdos y los novillos, cuando se engordan para ser sacrificados, de manera inhumana, para el “egoísta e inhumano” placer de ser devorados. Sufren los novillos en el coleo. En fin, los humanos somos inhumanos con los animales por el hecho de aprovecharnos de ellos para hacer carteras, cinturones y zapatos. Sufre, finalmente, el ganso que es sobrealimentado y muere de cirrosis por el único gusto “inhumano” de comer “foie gras”. Esperemos que la Corte y el Congreso entiendan que las minorías taurinas tenemos derechos que merecen ser protegidos, especialmente sí son costumbres centenarias, y que prohibir la tauromaquia, como expresión cultural, significaría a largo plazo prohibir otras expresiones culturales, así como impedir el aprovechamiento de los animales para la ciencia, el vestido y la comida.