La crisis del cuarto poder

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com

La internet iba a revolucionar el mundo de las comunicaciones, y ciertamente lo ha hecho, pero no todo es positivo. La democratización de la creación de contenidos, que supuestamente iba a darle poder al ciudadano común, tiene un lado oscuro.


Las redes sociales y Twitter, las joyas de la corona, han sido importantes para movilizar masas en ciertos eventos de relevancia mundial que van desde la Primavera Árabe hasta la multitudinaria marcha de repudio contra las Farc en Colombia.

También han tenido impacto negativo, el cual es evidente. La primera baja ha sido la calidad y credibilidad de los contenidos. Se discute por estos días las consecuencias reales que las noticias falsas creadas en los espacios virtuales han tenido. Recientemente, casi desatan una guerra nuclear.

La velocidad con que viaja la información y la facilidad para recibirla genera fenómenos masivos no necesariamente deseables. La primera línea de defensa debería ser el consumidor de contenidos, quien no debería tomarlos por ciertos a prima facie; por el contrario, debería leerlos críticamente y ser escéptico de lo que se afirma y de las fuentes. Solo después de una valoración responsable, la noticia merece el beneficio de la credibilidad. Lamentablemente este no es el caso. Gran parte de los internautas están dispuestos a creer lo que sea, siempre y cuando sirva para justificar su propia narrativa y visión de la vida.

Un número importante de lectores no busca información para formar su opinión. Tal vez hay el convencimiento de que si muchos piensan lo mismo y lo comparten, forzosamente debe ser la verdad. No importa que al final sea falso lo que se dice o comparte, porque para cuando se entienda lo sucedido, ya habrá un contenido nuevo y una nueva tendencia. En el mundo virtual se pasa a la prehistoria en cuestión de horas. En este estado de cosas, no debe sorprendernos que la necesidad de ser el primero en decir y compartir con el solo objeto de crear tendencias, haciendo caso omiso de la profundidad que deben tener ciertos contenidos, y dejando de lado la responsabilidad ética.

Era lógico pensar que los medios tradicionales en vez de tratar de parecerse a los fenómenos de las redes, iban a capitalizar la calidad de información y análisis, y enfatizarlo como un elemento diferenciador. Es decir, que los contenidos de las redes fueran entretenimiento y amarillismo, dejando el espacio de contenidos serios y de calidad a los medios tradicionales; esto sin detrimento de que los medios tradicionales utilizaran los nuevos canales de difusión ofrecidos por la internet como una herramienta más para mantenerse vigentes en la era virtual.

Pero no, esto no ha sucedido. Por el contrario, los medios tradicionales han tratado de competir en el espacio indeseable de ser el primero en decirlo y generar el fenómeno mediático, y comportarse exactamente como las redes sociales. Han dejado de lado el elemento diferenciador, que realmente es el que les va a asegurar la supervivencia, porque a diferencia de las redes sociales, los creadores de contenidos de los medios tradicionales, se supone, son personas profesionales y que se rigen por la ética de su profesión; precisamente, la adherencia a la ética es la prenda de garantía de la idoneidad y calidad de los contenidos.

En el reciente ciclo electoral, la mayoría de los medios tradicionales sacrificó su credibilidad, y consecuentemente el bolsillo, al convertirse en altoparlantes de los fenómenos masivos de las redes. Se montaron en la ola de las tendencias. Inexplicablemente, los espacios de debate y análisis fueron utilizados para que supuestos expertos justificaran la narrativa oficial del medio en cuestión. Persuasión y manipulación basada en el tamaño de la manada, y no en argumentos y evidencias serias. Consecuentemente, los medios tradicionales están sumidos en una crisis de credibilidad sin precedentes.

Es necesario buscar el equilibrio tanto en el mundo virtual como en el tradicional. Es equivocado creer que todo se resuelve con más leyes, restricciones y entes fiscalizadores. La autoregulación de los medios y un consumidor más exigente y crítico son mejores alternativas. Los invito a que hagamos colectivamente esfuerzos para mejorar la calidad de los contenidos. El acceso a información confiable es condición necesaria en el buen discurrir de cualquier sociedad.

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