El video es a la vez impresionante y conmovedor. Impresionante, porque de aquel Uribito altivo, agresivo y desafiante solo queda un hombre agobiado, sumiso y suplicante; conmovedor, porque humanamente toca el corazón ver a este hombre cansado y vencido, y a su esposa junto a él, pidiendo piedad. Dolorosa tragedia familiar. Arias tiene que estar fuera de sus cabales para haber producido un video como ese. Es de esas cosas que uno le recomendaría a un muy buen amigo no hacer.
La vida de Arias dio un giro de 180 grados, y pasó de ser presidenciable a prófugo de la justicia y extraditable al revés –de los USA a Colombia. Es difícil guardar la cordura cuando se ha vacacionado en las prisiones federales de los Estados Unidos; estos sitios arrugan al más macho. He tenido la oportunidad de conocerlas y no es una experiencia agradable. Arias pasó unos días en ellas, y me imagino que la perspectiva de pasar unos días más lo debe tener descompuesto. No es para menos.
No está en sus cabales, cuando se olvida de su dignidad y aparece implorante pidiéndole a Santos que no lo pida en extradición. Petición que es bastante ilógica porque el expediente que la sustenta fue producido por la Rama Judicial, y no darle cumplimiento a la sentencia judicial, podría meter en problemas legales a Santos. No le compete a Santos juzgar si Arias es culpable o inocente, ya que eso lo determina, o ya lo determinó, la justicia. Es absurdo pedirle al Presidente que se haga el de la vista gorda en las circunstancias descritas.
No tiene presentación que alguien que ostentó la dignidad de Ministro esté tratando de evadir la justicia, solicitando asilo político y poniendo en duda la independencia de los poderes en Colombia. Queda en evidencia la incoherencia de Arias, quien aparentemente cree que cuando él fue parte del gobierno, el sistema funcionaba lo más de bien, pero bastó que lo condenaran para que cambiara de opinión.
Lo único que le queda bien a Arias es volver al país a dar la cara. No debería ser necesario pedirlo en extradición. El sistema judicial puede equivocarse, y el caso de él podría ser una de estas equivocaciones; sin embargo, es Arias quien tiene la carga de la prueba y quien tiene que demostrar que ha sido condenado injustamente. Incluso, si en el proceso de probar su inocencia, tiene que permanecer en la cárcel un tiempo.
Como todo ciudadano, Arias tiene derechos fundamentales que deben ser tutelados por el Estado colombiano. Tiene derecho a un debido proceso y a controvertir las pruebas. Por ser su caso de alto perfil, la revisión debe contar con acompañamiento internacional y despejar así las suspicacias sobre una supuesta persecución política. Ese acompañamiento internacional debe evaluar si la valoración de las pruebas hecha por la Corte Suprema de Justicia está apegada a la sana crítica, y si realmente, el estándar penal de ser encontrado culpable más allá de la duda razonable se cumplió.
Haber comparado la situación de Arias con la de López en Venezuela, como lo hizo la esposa de Arias, es un exabrupto; solo faltó que dijera que es el Mandela colombiano. Hace falta mucho pelo para el moño. Sin entrar en un análisis profundo, baste decir que López está preso en su país, aislado, torturado por un gobierno tirano en donde no hay independencia de poderes públicos, y preso solo por el delito de opinión. La esposa de López es hostigada y humillada por el mismo régimen y por las mismas razones. La lucha de López y Tintori va más allá de enmendar una injustica personal; es una denuncia contra un régimen represivo al cual pretenden cambiar. Lo de Arias es exclusivamente personal y en su caso lo que hay es un tema probatorio, pero la posibilidad de un delito contra la administración pública es real. Lo único decente, y que le queda bien a Arias y de paso a todos los que como él están huyendo de la justicia, es volver al país a dar la cara. Los inocentes no huyen.